Mario Vargas Llosa: La fiesta del Chivo

por Alejandro Prada Vázquez

En alguna de esas populares listas que se hacen para jerarquizar en función de su calidad los libros publicados en equis lustro, en equis década, en equis siglo, La fiesta del Chivo (Alfagura, 2000) aparece como la mejor novela española del siglo XXI, durante el periodo comprendido entre los años 2000-2013. No estoy seguro de que estas cosas sirvan para algo realmente. Quizá fuese más productivo que los especialistas hiciesen listas en favor de jóvenes escritores y escritoras para así ponerlos un poco en circulación: darles un impulso, un poco de aire para que no se sientan tan desasosegados (porque escribir tiene mucho de desasosiego). Pero a lo que iba: Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936).

Mario Vargas Llosa (Google imágenes)

   Mario Vargas Llosa (Google imágenes)

La fiesta del Chivo tiene una cualidad muy importante: la prosa es ágil y se entrevera muy bien con el argumento. Porque aunque trata los acontecimientos relacionados con el asesinato del general Trujillo, con las miserias y fastos de su cruenta dictadura en la República Dominicana y con la mentalidad de los inocentes y de los que se rebelan contra el poder dictatorial en favor de sus libertades y derechos, un tema, en definitiva, bastante serio y complejo, se vuelve accesible y entretenido gracias al acompasado ritmo de la narración. Diferentes perspectivas se mezclan para dar una visión más amplia del complejo mundo que describe consiguiendo así dinamizar el texto de una forma acertada. No voy a descubrir ahora a Vargas Llosa, un escritor de sobra consagrado, al que leo desde hace tiempo y admiro también. Pero tengo que afirmar que una vez leída esta novela mi opinión con respecto a él se mantiene intacta. Cosa que me agrada.

»Urania. No le habían hecho un favor sus padres; su nombre daba la idea de un planeta, de un mineral, de todo, salvo de la mujer espigada y de rasgos finos, tez bruñida y grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo. ¡Urania! Vaya ocurrencia. Felizmente ya nadie la llamaba así, sino Uri, Miss Cabral, Mrs. Cabral o Doctor Cabral. Que ella recordara, desde que salió de Santo Domingo (»Mejor dicho, de Ciudad Trujillo», cuando partió aún no habían devuelto su nombre a la ciudad capital), ni en Adrian, ni en Boston, ni en Washington D.C., ni en New York, nadie había vuelto a llamarla Urania, como antes en su casa y en el colegio Santo Domingo, donde las sisters y sus compañeras pronunciaban correctísimamente el disparatado nombre que le infligieron al nacer.»

De todos modos, aún tengo pendientes algunos de sus últimos libros, que por lo visto no parecen estar a la altura de su mejor prosa, según la variada rumorología, como por ejemplo El héroe discreto o El sueño del celta. Habrá que probarlos en una próxima ocasión, al igual que Cinco esquinas, su nueva novela pendiente de publicación.