Paul Auster: La noche del oráculo

Tuve unos meses, hace algo más de un año, en los que me dio por leer todo lo que pude de Paul Auster (Newark, 1947). En España siempre se le ha tenido muy presente, sobre todo entre la gente joven (y no tan joven) y podría decirse que el Premio Príncipe de Asturias que recibió en 2006 da cuenta de alguna forma de esta realidad. Pero contra este entusiasmo por lo austeriano, también surgió una reacción que se opuso a él, justificado sobre todo por el calado que tuvo entre ese amplio abanico cool de lectoras y lectores que leen lo que propone/dicta la moda. Porque en esto, quién lo duda, siempre hay moda, postura.

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        Paul Auster (Google imágenes)

Pero siendo sinceros, y dejando al margen la gran repercusión que pueda tener Auster entre determinados grupos, parece imposible afirmar que no hay que leerlo. Todo lo contrario: a Paul Auster hay que leerlo. Cierto es que hay obras que quizá resultan algo más inaccesibles como, por citar sólo un ejemplo, Viajes por el Scriptorium. Más, por otro lado destacan sus buenos momentos literarios. Y no hablo de La trilogía de Nueva York o Brooklyn Follies, quizá sus obras más conocidas. Hablo de libros como El Palacio de la Luna, El libro de las Ilusiones o La noche del oráculo (Anagrama, 2004), que es la que quiero comentar hoy. He leído esta novela tres veces, y cuando me pregunto cuál es la razón, porque no tengo por costumbre releer mucho (aunque a algunos autores sí) no soy capaz de dar con ella: quizá sea simplemente una fascinación injustificada y eso sea todo.

»Había estado mucho tiempo enfermo. Cuando llegó el día de salir del hospital, apenas sabía andar, casi no recordaba quién era. Haga un esfuerzo, me dijo el médico, y en tres o cuatros meses volverá a habituarse a las cosas. No le creí, pero de todos modos seguí su consejo. Me habían desahuciado, y ahora que había desbaratado sus predicciones y seguía misteriosamente con vida, ¿qué otra cosa podía hacer sino vivir como si tuviera todo un futuro por delante?»

La historia es la de un escritor, Sidney Orr, en fase de recuperación tras haber sufrido una enfermedad: pasea por las calles de Nueva York poco a poco, paso a paso, intentando encontrase de nuevo a sí mismo física y mentalmente. En una de sus varias caminatas da con una papelería regentada por un tal señor Chang, que la ha abierto recientemente, y con el que tendrá una curiosa relación. Allí, compra unos cuadernos para reemprender la escritura, en la soledad de su estudio y en compañía de su mujer Grace, que por culpa de su postración ha tenido que dejar de lado. Un amigo suyo, y de su esposa especialmente, también escritor pero de mayor relieve que Orr, le contó una anécdota aparecida en El halcón maltés, que será el punto de arranque de su nuevo texto: una segunda historia, narrada por el enfermo escritor, se desarrolla sobre el papel de su nuevo cuaderno, que parece ejercer sobre él un poderoso influjo. Las dos lineas argumentales presentan ciertos paralelismos y se entrecruzan en su esencia: el tema de la insatisfacción, de las posibilidades del cambio, del conflicto y complejidad de las relaciones humanas son las claves de la narración.

Yo, como entusiasta de Auster, creo que es una lectura inexcusable para ir más allá de la imagen superficial que se pueda tener de él, debido en parte a lo ya comentado al principio de esta entrada, y así valorar mejor su talla como escritor. Leerlo, siempre es una buena opción.