Kenzaburo Oé: Una cuestión personal
Nacido en Ose, Japón, en 1935, Kenzaburo Oé siempre me vendrá a la cabeza (o, en todo caso, siempre lo tendré asociada a ella) por una entrevista que le realizó Sánchez Dragó para la televisión hace ya unos años, titulada Descensio ad inferos, y que, mediada, le mostró a los jugadores del Real Madrid entonando el cántico futbolístico por antonomasia, el oé oé oé oé. Recuerdo, además, que esta ocurrencia del periodista español le hizo bastante gracia al nipón. En ella pude comprobar que su apariencia física se aviene con claridad al marcado acento humano y autobiográfico que impera en sus obras; al menos en aquellas por mi leídas. Después de posponer su lectura con cierta inconsciencia (siempre posponemos lecturas inconscientemente, quizá más que de forma consciente) he leído Una cuestión personal (Anagrama, 1989), publicada originalmente en 1964.
Una cuestión personal es la historia de un intento de huida. Bird, apodo en inglés que acompaña al protagonista, casado a los veinticinco años, es profesor en la escuela preuniversitaria y acaba de tener un hijo con su esposa. La aparente estabilidad que ofrecen el trabajo fijo y el matrimonio se ve truncada cuando, al nacer su hijo, comprueban que padece una hernia cerebral (la cabeza asoma por una parte del cráneo) y le hace parecer que tiene dos cabezas. La novela toma este hecho como eje estructurante y en torno a él veremos a Bird atravesado por una continua desesperación que le lleva a sumergirse en una continua marea de emociones, de pensamientos trágicos en los que desea de alguna forma la muerte de su hijo, que no sobreviva para no tener que ser el padre del monstruo, en sus propias palabras. Durante el breve tiempo que comprende la narración Bird se pondrá en contacto con Himiko, amiga con la que ha compartido muchas cosas durante algunos años y que lleva una vida enmarcada en una sexualidad y desidia existencial considerables: él recupera viejos hábitos y recuerdos, elabora teorías y sueños de viajar y alejarse de todo, mientras ella hace las veces de contrapunto racional (si tal cosa es posible); eso sí, un contrapunto grisáceo y colmado de tristeza e indiferencia.
Mientras miraba el mapa de África, desplegado en el escaparate como un ciervo altivo y elegante, Bird apenas consiguió reprimir un suspiro. Las dependientas no le prestaron atención. Tenían de carne de gallina la piel de sus cuellos y brazos. La tarde caía y la fiebre de comienzos del verano había abandonado el ambiente, igual que la temperatura abandona a un gigante muerto.
Este libro es una gran experiencia, aún más cuando sabemos que el propio Oé se vio en una situación similar tras el nacimiento de su hijo Hikari en 1963, diagnosticado con autismo e hidrocefalia. Además de una fuerte pátina poética, no he podido dejar de encontrar ciertas reminiscencias kafkianas en el texto, la desorientación y la negrura elemental que remite constantemente al autor checo. Pero bueno, a veces creo que veo a Kafka en todas partes, por eso las segundas lecturas suelen resultarme más acertadas para enjuiciar, no el sentimiento inicial con el que se recibió el libro, la primera impresión que siempre es lícita, sino su talla, su solidez si es que la tiene. Por último sólo me queda decir que sí, que hay que entonar el (Kenzaburo) Oé Oé Oé Oé más a menudo.
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