Kobo Abe: La mujer de la arena

Me puse con este libro por casualidad. Revolví en unas cajas donde se acumulaban libros viejos, que estaban allí porque no entraban en las estanterías, y di con algunos que me llamaron la atención. Pero no poderosamente. Superficialmente más bien. Uno de ellos fue la La mujer de la arena (Siruela, 1989), publicado originalmente en 1962. El nombre del autor no me decía nada. No me sonaba lo más mínimo: Kôbô Abe (Tokio, 1924 – Tokio, 1993); cuyo auténtico nombre es Kimifusa Abe. Saqué el librito de la caja y lo dejé en un montoncito en el que iba acumulando los que iba extrayendo, para que se convirtiesen en mis lecturas de los próximos días. El primero que leí fue uno de Marguerite Duras (Vietnam, 1914 – París, 1996), El arrebato de Lol V. Stein (Circulo de Lectores, 1990), que no me dio más. El siguiente fue La mujer de la arena.

Foto: Google

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La historia narra la misteriosa desaparición de un entomólogo en una tarde de agosto. Y creo que no merece la pena que avance nada más sobre el argumento. Y esto es bueno, sin duda. Lo único que ha de saber el lector que esté interesado en acercarse a este libro, es que se encontrará con una literatura de corte existencialista, en lo que lo absurdo, la tarea inútil, la naturaleza, juegan un papel importante y son, a través de ella, expuestos los sentimientos y complejidades de los personajes. El estilo es simple, directo, pero no por ello deja de estar bien elaborado.

Cierto día de agosto, un hombre desapareció. Aprovechando sus vacaciones, había ido a una playa que estaba a medio día de viaje en tren,  y no se volvió a saber de él.

Así empieza. ¿Para qué más? Lo importante se dice de forma clara y no se anda el autor por las ramas innecesariamente. Además, de esta prosa llana y sobria se desprende una sensualidad constante mediante las imágenes que construye, cargadas también de su reverso oscuro e imposible. Lo surrealista, lo onírico, una realidad con tintes de sutil pesadilla parecen extenderse por todo la historia, por eso se lo ha relacionado muchas veces con Kafka. La insatisfacción se destila pausadamente.

Todos conocen esta realidad, pero rehúsan ser catalogados como tontos y se dedican a pintar pacientemente ese festival ficticio en la tela gris de sus vidas. Padres infelices, sin afeitar, sacudiendo a sus quejosos niños y tratando de hacerles decir que fue un domingo maravilloso: pequeñas escenas que todos han visto en un rincón del tren… Los patéticos celos y la impaciencia de algunos ante la felicidad de los otros.

Un libro bien escrito que no interesará a todo el mundo.

P.S. Por si a alguien le interesa, se ha hecho una película basada en este libro, dirigida por Hiroshi Teshigahara en 1964. Que yo no he visto aún.