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Günter Grass: El rodaballo

Hacía muchos años que no retomaba la obra de uno de los grandes escritores alemanes del siglo XX. Lo último que había leído de él, hace más de diez años ya, qué barbaridad, fue una de sus novelas, una de esas que tampoco goza de especial interés dentro de su canon, y que, realmente, me dejó bastante indiferente, sin sugerir con esto, desde luego, que sea, algo así, como una mala novela: aquel libro fue Malos presagios (1992), una historia de amor entre una polaca y un alemán viudos, de la que tampoco guardo muchos recuerdos. Sin embargo, andando el tiempo, me encontré en una librería de viejo con uno de sus títulos más celebrados, al menos en su día, aunque un tanto olvidado hoy, como es El rodaballo, libro publicado originalmente en 1977 y traducido al español por esa institución que es ya, y con todo mérito y razón, Miguel Sáenz.

Siempre a la sombra de su Tambor de hojalata, al menos en el imaginario popular de los lectores, Günter Grass (1927-2015) parece reclamar, cada vez que uno ve su nombre aquí o allá, una mayor atención para su trabajo, y, una vez leído El rodaballo, no puedo hacer otra cosa sino confirmar el renovado interés que ha despertado en mí su obra tras posar, satisfecho, este grueso libro. Su capacidad imaginativa y fabuladora, su tono satírico, la fluidez de la prosa y, por supuesto, la delirante y obnubilante trama de esta novela, me han dejado realmente, como digo, entre fascinado y complacido. Tiene mucho, El rodaballo, de novela experimental, aunque sin caer en excesos de opacidad, pero a la vez es una obra que entronca con esa tradición de novelas critico-cómicas, como El Quijote de Cervantes o el Gargantúa de Rabelais, por citar solo dos ejemplos tan lejanos como irremediablemente contemporáneos. Dicho esto, veamos ya lo que nos propone Grass en esta fantástica novela.

La premisa de la que parte el libro es ya en extremo sugestiva: una rodaballo que proviene de la noche de los tiempos y que vive en el báltico decide ayudar a los hombres, ya desde el neolítico, a librarse de la tutela femenina que imperaba entonces, pues, según este feucho y metomentodo pez, el sexo masculino vivía entonces en una minoría de edad. Su objetivo esencial era conseguir, paulatinamente, que la situación de dominio femenina pasase al bando masculino. Seguro que al lector del siglo XXI se le antoja curiosísima esta propuesta, habida cuenta de su carácter disruptivo: habrá quien piense, incluso, que algo así no podría publicarse hoy, tan solo conociendo lo que acabo de esbozar, y yo me encuentro entre ellos, no porque crea que no debería darse a la imprenta semejante obra, sino porque echaría para atrás, me temo, a cualquier editor. Pero, en fin, el libro no se agota en esta síntesis.

Para conocer el progreso de esta historia de la humanidad, pues básicamente ese es el asunto y el arco temporal que abarca esta novela, tenemos a un narrador que posee una característica interesante, una capacidad conocida como tempotránsito, habilidad esta que supone una serie de distintas reencarnaciones que permiten a dicho narrador contarnos la historia de distintas tensiones sociales y sexuales que se han venido desarrollando a lo largo de tan extenso tiempo y que tienen al pez por extraño incitador. Este rodaballo, que parece una constante histórica, posee además, ¡pues tiene mucho de charlatán!, una personalidad vanidosa, parlanchina, es un liante de los de siempre, deseoso probarlo y de meterse en todo. Tanto es así que, llegado el momento, decidirá, incluso, colaborar por propio interés con la causa femenina, para promover, así, el inicio de una nueva etapa en el desarrollo de la humanidad: unas mujeres acaban por pescarlo y deciden dar parte a los distintos círculos feministas del mundo, para así llevarlo a un juicio en el que habrá de dar cuenta de sus actividades patriarcales.

Entre otras muchas cuestiones, la alimentación juega aquí un papel destacado, no meramente coyuntural: se hacen constantes menciones a recetas, plantas y animales, unas veces de forma superficial, otras en profundidad, refiriendo incluso su papel histórico y social en el desarrollo social del mundo. El narrador, que asiste al ya mencionado juicio contra el rodaballo, un juicio que se desarrolla en distintas jornadas debido a constantes debates de procedimiento del tribunal feminista, nos da cuenta también de sus fracasos existenciales, de los problemas conyugales que tiene con su mujer embaraza. El texto no se aviene a una progresión cronológica lineal: «Las fechas no pueden sujetarnos. No somos de hoy. En nuestro papel, todo ocurre casi siempre simultáneamente»; tanto el tiempo como los hechos se presentan recurriendo, precisamente, a esa simultaneidad, otorgándole al texto un mayor y fluido dinamismo.

En fin, esto, desde luego, es solo un somero esbozo de lo que puede encontrar cualquier lector en este libro de Grass que es tan moderno y, a la vez, posee un sabor tan clásico. Estoy convencido de que, una vez se entre en él, ya no se podrá abandonar su lectura: tiene algo, en el nivel de su estilo y en el de la propia historia, que lo hace realmente atractivo, imantado, sorprendente. Así es: nadie debería perder la oportunidad de leer esta gran novela que parece haberse perdido en el maremágnum de las publicaciones literarias.   

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Jakob Wassermann: El caso Maurizius

El escritor Jakob Wassermann, nacido en Fürth en 1873 y muerto en Altaussee, Austria, en 1934, no llegó a vivir, como judío y europeo, la intensidad de la debacle moral, humana y material a la que condujeron los ideales viscerales del nazismo, no sólo en su Alemania natal, sino a lo largo y ancho del mundo: sintió con fuerza, sin embargo, el despertar de esas fuerzas elementales, primarias y retrógradas que se iban condensando y afianzando en las mentes y corazones de muchos alemanes de la preguerra, gracias al provecho que el populismo fascista obtuvo del desalentador panorama económico y social que entonces agostaba a la nación teutona. Prueba de esta sensibilidad fueron algunos de sus escritos, encaminados a testimoniar sus inseguridades y temores como ciudadano alemán, aunque sobre todo como judío. Wassermann, como se aprecia con claridad en el grueso de su obra, siempre tuvo una punzante preocupación por el alcance de la justicia, no sólo entendida como teoría y práctica de la ley, sino como acontecimiento prosaico en el que interviene la conciencia individual. El caso Maurizius, novela publicada en 1928 de la que hoy voy a hablar, engarza ambos sentidos con una gran pericia.

Etzel Andergast, un adolescente de dieciséis años, vive en un entorno en exceso severo, y en el centro de dicha severidad está la figura omnímoda de su padre, el celebrado y no menos respetado fiscal Wolf von Andergast. En dicho hogar no hay muestras de afecto, pues es una casa estricta, hecha para que se cumplan las obligaciones que se esperan de cada uno de sus habitantes. Por su parte, Etzel es un joven despierto aunque reservado, curioso aunque temeroso, que se encuentra sumido en una creciente oscuridad debido a dos hechos que no es capaz de comprender, por desconocer sus raíces. Por un lado, no sabe nada de su madre, ni siquiera dónde vive o su nombre, aunque bien es cierto que, misteriosamente, de vez en cuando parecen llegar cartas de ella a su casa, cartas que el padre se encarga de guardar. ¿Por qué su padre la ha apartado de él? ¿Qué sucedió para que esta situación se diese?, se pregunta Etzel. Por otro lado, entra en escena una figura un tanto espectral y no menos misteriosa, un anciano con gorra de capitán que se va cruzando en su camino, sin dirigirse a él, siguiéndolo en la distancia, hasta que un día se da un primer y brusco encuentro real, de palabra, entre ellos: se trata de Peter Paul Maurizius, un hombre que busca justicia desesperadamente para su hijo, que lleva dieciocho años en prisión aun siendo inocente, al menos él lo entiende así, debido a la labor del padre de Etzel.

Sobre estas vagarosas figuras, es decir, sobre su madre y Maurizius padre e hijo, intenta obtener información, y para ello tantea a su abuela, la Generala. Esta es críptica, huidiza y un tanto vanidosa, pues no revela muchos datos: nada sobre su madre, poco sobre el caso Maurizius. Por lo visto, Maurizius, el hombre que está en la cárcel y para el cual su padre pide un indulto, era un crítico de arte al que se acusó de matar a su mujer. Dicho asunto causó una gran conmoción en la sociedad, que se posición en favor en contra del mismo con gran fervor. En un principio había sido condenado a muerte, pero su pena se conmutó por una condena perpetua. Y hasta aquí llega esté primer hilo de información, que es escaso, y no hace sino acentuar la curiosidad del muchacho. Esta nueva dimensión de su insatisfacción le lleva a intentar sincerarse sobre su situación con un amigo, aunque no le lleva muy lejos, poco más que a otra fase de su frustración. Es entonces cuando desea ir al centro del meollo y visitar a Maurizius padre, que le ofrecerá todas las claves sobre la personalidad e historia de su hijo, hombre de ingenio, vanidoso también, además de interesado y poco preocupado por agradecerle a su padre los esfuerzos que hizo durante su vida para sacarlo adelante. También le revela al joven Etzel los pormenores del caso, sus grietas, sus fallos, todos aquellos matices que demostraría la inocencia de su hijo.

Es aquí cuando todo empieza a rodar con mayor velocidad y todas las incógnitas se van dejando alumbrar sin abandonar sus claroscuros para mostrar su alcance y naturaleza. En esencia, es esta una novela que, explorando la trascendencia y complejidad de la justicia, nos muestra el crecimiento y toma de conciencia de Etzel en un contexto cercado por las densas sombras que proyecta su padre y, no menos, la propia existencia en sí misma: el chico tiene el deber de abandonar ese mundo de fantasmas que le rodea y crecer fortaleciendo su conciencia. Sin duda, Wassermann es un escritor de los que siempre es provechoso leer, pues su capacidad para relacionar sutilmente las líneas cordiales de los hechos con sus causas, su maestría para la indagación psicológica y moral, para dotar de vida a sus personajes, son totalmente meritorias y ejemplos de buen hacer literario. Así, es también destacable su capacidad para no ahogarse en metáforas banales y su valiosa atención a los detalles, pues estos generan siempre, si no se abusa de ellos, una gran profundidad en los hechos narrados. En definitiva, hay que leer a Wassermann, aunque ya nadie lo diga.    

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