Alfred Hitchcock: Cuentos que mi madre nunca me contó
Aficionado como soy al buen cine (aunque también al malo, debo confesarlo), y sintiendo especial predilección por la filmografía de Alfred Hitchcock (una predilección sin duda compartida por muchísimas personas), no pude negarme a caer en la agradable debilidad de conocer, de adentrarme en esta magnífica muestra del gusto literario como lector del director inglés, al menos en lo que respecta a los relatos, gracias a esta antología publicada por Blackie Books: Cuentos que mi madre nunca me contó, libro publicado en el año 2020 con traducción de Haizea Beitia. Este volumen comprende nada menos que veinte relatos trufados de suspense y terror escritos por algunos autores cuyos nombres no se le escaparán, aunque sea de oídas, a cualquier lector: desde Ray Bradbury hasta Shirley Jackson, pasando por Roald Dahl o Margaret St. Clair; aunque bien es cierto que hay también otros muchos que, al menos a mí, se me escapaban. De todos ellos he seleccionado unos pocos con el objetivo de ofrecer una pequeña muestra de lo que puede encontrarse cualquier persona interesada en leerlo.
Ray Bradbury necesita poca presentación, pues es de todos conocido gracias a su afamado libro Fahrenheit 451, novela publicada en 1953, en la que describe una sociedad distópica-totalitaria en la que los libros están prohibidos y sujetos a la quema y destrucción (aprovechando que estoy hablando de Bradbury, me voy a recomendar, antes de entrar ya en materia, su novela La feria de las tinieblas, escrita en 1962). Ahora bien, en El viento, Bradbury nos ofrece un relato sustentado y vertebrado en el diálogo, concretamente en una conversación telefónica intermitente entre dos amigos: el receptor de las llamadas, Herb Thompson, está en casa con su mujer, que se desespera cada vez que este descuelga el teléfono, esperando la visita de unos amigos que irán a cenar, mientras que su amigo Allin, al otro lado del cable, se encuentra en su casa, solo, apartado, acosado por el viento. Allin parece haber desarrollado una especie de manía persecutoria con respecto a las tormentas, creyendo que éstas no solo tienen vida propia, volición e intereses propios, sino que, además, se han fijado en él con el objetivo de perseguirlo, jugar con él y finalmente integrarlo dentro de ellas, pues, como afirma Allin, «Eso es el viento, ¿sabes? Una muchedumbre de espíritus, un montón de muertos. El viento los mató y se quedó con sus inteligencias y sus almas para adquirirlas y usarlas». ¿Será esta tormenta de la que habla Allin con su amigo la última que podrá soportar?
Si antes decía que Ray Bradbury no necesitaba presentación, lo mismo cabe para Shirley Jackson, una auténtica y celebradísima escritora estadounidense, conocida especialmente por sus relatos y por novelas como La maldición de Hill House (1959), que fue adaptada como serie hace unos años, o Siempre hemos vivido en el castillo (1962). El título del relato de Jackson es Los veraneantes, y en él nos encontramos con una casa rodeada por un hermoso paisaje y un lago, que aunque idílica, carece de electricidad o calefacción, así como de agua corriente. Esto, sin embargo, no es óbice para que sus propietarios, el matrimonio Allison, se traslade a ella desde principios de verano hasta la llegada del otoño, cuando vuelven a su vivienda habitual en Nueva York. Pero lo cierto es que ahora, después de muchos años de soledad en la ciudad, con sus hijos ya criados y distantes, se sienten cada vez más inclinados a quedarse a pasar la vida en esta casa. Tomada finalmente en este sentido la decisión, la narración nos conduce al suspense gracias a las conversaciones que va teniendo la señora Allison con distintos lugareños a los que conoce y que le dicen, como si se tratase de una velada advertencia: «nadie se ha quedado en el lago pasado el Día del Trabajo». Este suspense se acentúa cuando todos los vecinos del pueblo empiezan a actuar de una forma distinta, críptica, según pasa el tiempo, desconcertando así a los Allison y sumiéndolos poco a poco en un desconcierto y soledad impensados.
Apuestas es el título del relato de Roald Dahl, quizá el escritor más conocido por distintos tipos de lectores gracias a su libros para niños de todas las edades y a las adaptaciones al cine de su obra. De entre su abundante obra cabría destacar sus títulos más conocidos, como Charlie y la fábrica de chocolate (1964), Matilda (1988) o mi favorito, que no es otro que James y el melocotón gigante (1961). Un dato interesante es que Alfred Hitchcock adaptó en 1960 para su serie Alfred Hitchcock Presents uno de los relatos para adultos de Dahl, Man from the South, protagonizado por Steve McQueen. Ahora bien, en este relato nos desplazamos a alta mar, concretamente a un trasatlántico que se ve afectado por el mal tiempo desde hace días. Así, el capitán del barco propone una serie de apuesta con respecto a la llegada del barco a su destino: se hacen cábalas sobre las millas que les quedan por recorrer y los viajeros compran una serie de números que salen a subasta. El protagonista del relato, el señor Botibol, está convencido de que ganará el bote final y podrá comprarse con él un coche con el que impresionar a su mujer, que lo está esperando en casa. Pero ¿hasta dónde está dispuesto a llegar con tal de que el barco se retrase y así ganar el dinero acumulado? Lo cierto es que, tras elaborar un plan y considerar todos los pros y contras, finalmente las cosas no se dan como esperaba…
Mucho podría extenderme con otros muchos relatos, de entre los cuales me gustaría destacar el último, El muchacho que predecía terremotos, de Margaret St. Clair, sobre un niño capaz de hacer predicciones en televisión, una predicciones que, misteriosamente, se cumplen. Así, quien se acerque a este nutrido volumen publicado por Blackie Books se encontrará con un conjunto de relatos que realmente mantienen el suspense, que son sugestivos y desconcertantes, algunos de ellos más conseguidos y acabados que otros, desde luego, pero no por ello haría alguien mal en dejar este libro en su mesilla de noche durante una semana o dos: muchos relatos no son solo amenos, como digo, sino que excitarán la imaginación y el interés de los lectores a medida que se adentren en ellos.
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