Christoph Ransmayr: El último mundo

Cuando encontré El último mundo (Seix Barral, 1989) en el expositor de una librería de viejo inmediatamente sospeché. Bajo la imagen de la portada hay una de esas frases que no suelen decirme nada, y que si lo hacen, suele ser para mal: »Una de las novelas más maravillosas de estos últimos años.» Me llamó la atención aún más el reverso del libro, en el que otras siete frases encomiosas de distintos medios -periódicos, revistas- ensalzaban este trabajo de Christoph Ransmayr (Wels, Austria, 1954). Se le compara aquí con Kafka y Fellini; con Süskind y Eco. Pero nada me decían del contenido del libro.

Foto: Ch. Brandstätter Verlag©

Foto: Ch. Brandstätter Verlag

Hasta que en la solapilla trasera aventuraba el inicio de la historia: un hombre llega a Tomis para encontrar a un poeta desterrado; nada más y nada menos que Publio Ovidio Nasón. En este punto fue en el que se despertó mi interés por el libro. Pero me desconcertó el resto del texto, que aventuraba lo siguiente: »Augusto gobierna en Roma, pero existen el cine y los automóviles.» Esto si que no me lo esperaba. Así que decidí abrirlo y comprobar si las primeras palabras me decían algo.

»Un huracán era una bandada de pájaros muy alta en la noche; una bandada blanca que se acercaba ruidosamente y de improviso era sólo la cresta de una inmensa ola que se abalanzaba sobre el barco. Un huracán era el griterío y el llanto en la oscuridad de la bodega y el ácido hedor de los vómitos. Era un perro enloquecido por el oleaje que desgarró los tendones de un marinero. La espuma de las olas cubrió la herida. Un huracán era un viaje a Tomis.»

En ese momento volvía de la facultad a casa con tres euros justos, que era lo que costaba el libro. Tras ese primer párrafo de aroma barroco, elaborado, no dudé en comprarlo. Y creo que fue un acierto, porque en él encuentré detallismo, escenas vívidas, complejas, y buena mano de escritor. Resumiendo, es un libro más difícil de lo que parece. Por eso me extrañó que a los cinco meses de su publicación en Alemania (septiembre de 1988) se hubiesen vendido cien mil ejemplares. ¿Leemos ahora peor?, me pregunto. No creo que esta obra pudiese triunfar a día de hoy entre un público (el español) tan poco dado a leer, a esforzarse con lecturas complejas. Por otro lado entiendo, y cambiando de tema, los referentes que citaba más atrás. Grosso modo pueden expresarse así:

Kafka: porque en cualquier narración impregnada de onirismo y surrealismo posterior a Kafka hay kafkianismo.
Fellini: por los dispares y variopintos personajes del entorno.
Süskind: porque estaba de moda El perfume (1985).
Eco: por la novela histórica, la trama bien orquestada, etc.

Ransmayr tiene más libros en su haber, como Los horrores del hielo y la oscuridad (1984) o En un rincón sin salida (1985). A pesar de que cuenta con escasa difusión en España espero toparme de nuevo con él, en algún rincón de alguna librería, a ver qué más tiene que contarme.

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