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Raymond Carver: Principiantes

La última vez que leí a Raymond Carver (Oregón, 1938 – Port Angeles, Washington, 1988) fue hace casi dos años. Lo recuerdo porque hice el comentario de su libro Catedral aquí mismo. Antes, mucho antes, ya me había acercado, sin mucho interés, a De qué hablamos cuando hablamos de amor, que es la versión intervenida (casi mejor decir mutilidad) de Principiantes. El encargado de la carnicería fue su editor, Gordon Lish, que alteró la versión original de los textos, de los cuentos que le presentó Carver en 1980, y que fueron publicados por la editorial Alfred A. Knopf en 1981. Se estima que el editor eliminó más del 50% del texto original. El título del libro, en ambos casos, parte del mismo relato, Principiantes: De qué hablamos cuando hablamos de amor es una frase del mismo, que usó Lish como aglutinante.

Carver

                           Raymond Carver

En mi caso, he disfrutado mucho más de esta lectura, una lectura que está libre de intervenciones ajenas y en la que, a mi juicio, se encuentra una mayor coherencia y profundidad. Encuentro a un Carver más poderoso e igual de cortante. Pondré un ejemplo. En el libro De qué hablamos… hay un cuento que lleva por título Belvedere, y comienza así:

Por la mañana me echa Teacher’s en la barriga y lo apura a lametones. Y esa misma tarde trata de tirarse por la ventana.
Yo digo:
—Holly, esto no puede seguir así. Esto tiene que acabar

Ahora, veamos cómo se enriquece, con dos o tres frases más, la fatiga del narrador de la historia, en la versión de Principiantes:

Por la mañana me echa whisky Teacher’s en la barriga, y lo apura a lametones. Y esa misma tarde trata de tirarse por la ventana. No aguanto más la situación, y se lo digo. Digo:
—Holly, esto no puede seguir así. Esto es de locos. Esto tiene que acabar.

Por supuesto, en este libro de Carver lo que se encuentra, a pesar de las intervenciones, son a sus personajes de siempre con su estilo de siempre, paseando borrachos o solitarios por una vida insustancial, plagada de tragedias que se cuentan sin ningún tipo de artificio. De todas la edades y sexos, en los cuentos de Principiantes nadie se libra de la frustración y la sorpresa desagradable: exparejas que cortan cables del teléfono por celos, conversaciones sobre el amor que incluyen la tolerancia de la violencia, accidentes, nervios, etc. De todos los cuentos, yo destaco uno, cuyo inicio me parece (ya me lo pareció en su día) impresionante. El relato es Visor, y comienza así:

Un hombre sin manos llamó a mi puerta para venderme una fotografía de mi casa. Si exceptuamos los ganchos cromados, era un hombre de aspecto corriente, y de unos cincuenta años.
—¿Cómo perdió las manos? —le pregunté, cuando me dijo lo que quería.

—Ésa es otra historia —dijo—. ¿Quiere una foto de su casa o no?

Si pueden hacerlo, léanse el libro. Si no les interesa demasiado Carver por lo menos lean Visor, un relato sobre nada y sobre todo. Una obrita de arte para no tan principiantes.

Por último, ya sabéis que si queréis más lecturas y recomendaciones podéis seguirme en la siguiente dirección de Twitter: @PRADA_VAZQ

Raymond Carver: Catedral

A Raymond Carver (Oregón, 1938 – Port Angeles, Washington, 1988) se le considera uno de los máximos exponentes del Realismo sucio, corriente literaria que consiste en adentrarse sobria, lacónicamente, en los aspectos ordinarios, pero no irrelevantes, del día a día de todas esas personas que tienen una existencia anónima: trabajadores, desempleados, matrimonios con problemas, enfermos, etc. En Catedral (Anagrama, 1986, 2008) se presentan doce relatos que son la muestra perfecta no sólo del estilo de Carver, sino también del Realismo sucio, practicado por otros escritores de relieve como Richard Ford, que aún hoy lo hace, o Charles Bukowski, por citar sólo dos nombres conocidos.

Raymond Carver (Google imágenes)

       Raymond Carver (Google imágenes)

Las tragedias de lo cotidiano son la clave de todos los relatos de Carver. Desde una nevera estropeada hasta la idea de perder una casa alquilada que ha servido para reencontrar el amor, todo tiene una dimensión de crudeza que, unida al estilo en el que está escrito, con frases cortas, adjetivación casi inexistente, conduce al lector a un desasosiego inesperado: uno parece descubrir que su propia vida está cargada de una tensión encubierta que podría materializarse en cualquier momento a través de un desastre.

»Bajó la cabeza y vio los pies descalzos de su marido. Miró aquellos pies junto a un charco de agua. Sabía que en la vida volvería a ver algo tan raro. Pero no sabía qué hacer. Pensó que lo mejor sería pintarse un poco los labios, coger el abrigo y marcharse a la subasta. Pero no podía apartar la vista de los pies de su marido. Dejó el plato en la mesa y se quedó mirando hasta que los pies salieron de la cocina y volvieron al cuarto de estar.» (Conservación)

De estos certeros relatos me quedo con el que da título al libro, Catedral, así como con los titulados Plumas, Conservación y El tren. Aunque en todos los que componen esta obra se puede encontrar a la vez el deleite de la lectura y la perturbación de lo inmediato. Queda dicho.