Una declaración dickensiana

Hay un relato de Charles Dickens (Portsmouth, 1812 – Gadshill Place, Kent, 1870) especialmente conmovedor por su historia y la sencillez de su prosa. George Orwell y Chesterton definen La declaración de George Silverman (Periférica, 2010), respectivamente, como »Uno de mis relatos favoritos de todos los tiempos» y »En los sacrificios de George Silverman querremos reconocernos todos antes o después». Creo que puedo suscribir estas dos opiniones.

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Un niño pobre es el protagonista también aquí: un niño por hacer, que vive casi en la indigencia con sus padres, que pasa hambre y habita ansioso en un frío sótano. Cuando sus padres mueren queda bajo la tutela del Hermano Hawkyard, extraño individuo que se encargará de gestionar su existencia hasta que el pequeño George Silverman se haga adulto. Desde la vejez nos narra George las circunstancias más importantes de su vida, en la que destaca el amor como pilar fundamental, siempre esperado, siempre sacrificado en pro de los demás.

»Recuerdo el ruido de los zuecos de Lancashire de padre, arriba, sobre la acera, como un ruido muy distinto, para mis jóvenes oídos, al de cualquier otro par de zuecos, y recuerdo que cuando madre bajaba al sótano yo trataba de adivinar su buen o mal humor por sus pies, sus rodillas, su cintura, hasta que por fin su cara saltaba a la vista y zanjaba la cuestión. De esto se deduce que yo era retraído, que las escaleras del sótano eran empinadas y que la puerta de la calle era muy baja.»

Esta edición incluye además ilustraciones de Ricardo Cavolo, que ponen colorido y riqueza visual a la obra, muy bien editada. Divertido a ratos, enternecedor siempre, este libro puede quedarse en la cabeza de cualquiera que sea un poco sensible, como una declaración del espíritu dickensiano. Y doy por hecho que el que lee a Dickens, sin duda, lo es.