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Marguerite Yourcenar: Alexis o el tratado del inútil combate

Marguerite Yourcenar se encuentra, al menos por lo que respecta al lector más generalista, entre ese número de escritores y escritoras que existen felizmente atados, podría decirse que para siempre y con razón, a uno de sus libros. En el caso de Yourcenar, escritora de origen belga que vivió desde joven en distintos países, lo cual enriqueció mucho su ya de por sí excelente formación, Memorias de Adriano son su piedra de toque, el centro en torno al cual parece orbitar el resto de su trabajo. Este vínculo con una obra concreta, como suele suceder con todas las personas que se dedican a la literatura, se agrava con el paso del tiempo, pues es de sobra conocido que el correr de los años reduce la memoria de los habitantes del futuro con respecto al pasado, y la criba y olvidos se hacen cada vez más considerables, incluso grotescos. Con todo, Yourcenar puede preciarse de que su obra continúe editándose, y no es por ello difícil encontrar hoy su Opus nigrum, El laberinto del mundo o incluso sus cuentos completos. Por lo que a mí respecta, en esta ocasión he decidido acercarme a una obra que Yourcenar escribió, nada menos, que con veinticuatro años: Alexis o el tratado del inútil combate, publicada en 1929. Veamos de qué trata y cómo aborda el tema.  

La novela está estructurada en distintos parágrafos que, sumados, nos ofrecen el testimonio personal, en forma de carta, de un narrador que, no sin cierto esfuerzo, se ha liberado de las ataduras psicológicas y morales que venían acosándolo desde la infancia. Esta carta, por otro lado, no está lanzada al vacío, sino que se dirige a una persona concreta, Mónica, su mujer. El narrador se esfuerza, con una capacidad reflexiva tan certera como descreída, en contar los hechos más destacables de su vida, al menos aquellos que tiene relación con el objetivo final de su carta: una despedida, una imposible aclaración, una quizá inaceptable justificación. Así, sabemos que pertenecía a una familia noble venida a menos, que desde pequeño descubrió en la música su gran pasión o que fue un niño solitario, tímido y taciturno. El narrador, Alexis, advierte ya desde el principio su fracaso para justificar con palabras sus acciones, su posición: son constantes las referencias a la traición de las palabras para con el pensamiento y las emociones, algo que parece justificar en su apuesta por una subjetividad a ultranza, conquistada después de un terrible proceso de autoaceptación. Curiosamente, a pesar de despreciar por inútiles a las palabras, e incluso a los libros, se entrega a la escritura. Quizá dicha entrega a las justificaciones se base en afirmaciones como esta: «No se debe tener miedo a las palabras, cuando se ha consentido los hechos».

El asunto principal de la novela está expresado con cuentagotas, pues Alexis, adoptando la forma de voz adolorada y sentenciosa, no se atreve a nombrar sin miedo, es decir, no se atreve a expresar con claridad su naturaleza homosexual, ni siquiera a su mujer. Esto resulta un tanto paradójico, pues al final de su carta dice ser dueño de su conciencia y de su cuerpo, al que admite por fin como instrumento de placer sin culpa, y que está libre ya de todos los condicionamientos morales exteriores; este tiento nos permite pensar que Alexis continúa realmente condicionado y que su aceptación no ha llegado a completarse. Es más, puede entenderse, incluso, que la soberbia que exuda a ratos y su autoproclamada independencia, son escudos, muros tras lo que continuar parapetándose por miedo. Pero ¿no ha sido el viaje de Alexis un periplo que le ha llevado a liberarse de los sentimientos de culpa y pecado con respecto a su naturaleza e instintos, pero que ha excitado y entronado su ego al abandonar a su mujer y su hijo sin tan siquiera pedirles perdón? El lector comprende el sufrimiento de Alexis, pero en el fondo siente un cierto desprecio por las formas altivas que adopta, con la frívola prepotencia con la que, egoístamente, tortura y trastorna a su mujer, pues acepta que, casándose con ella, no hizo más que robarle la felicidad de un amor verdadero. Alexis llega al extremo de afirmar, sin tacto alguno, que nunca la ha querido.

Como se puede ver por la contado hasta aquí, y como se aprecia con mayor claridad en la obra, Marguerite Yourcenar nos presenta en esta novela varios conflictos que nacen de la tensión en trance de atenuarse de la conciencia y del instinto de Alexis: este proceso de reconciliación con uno mismo es la vez un camino de rechazo por su familia, a la que no ha sido capaz de amar en ningún momento. «El sufrimiento nos hace egoístas porque nos absorbe por entero», llega a decir en algún momento. Y aquí está el quid de la cuestión: el dolor puede hacernos perder nuestros lazos con el mundo, sobre todo aquellos que no dependen del cuerpo, sino del alma. Es decir, a veces podemos crecer, sí, pero eso no evita que crezcamos torcidos, mirando tristemente hacia abajo, y no felizmente hacia arriba.

Yourcenar es una escritora a la que siempre hay que visitar, pues en todos sus textos, al menos los que un servidor ha leído, ha hecho gala de un gran entendimiento de la estructura de la narración, de la solidez de los personajes y de las precisiones psicológicas y morales, con sus múltiples paradojas y claroscuros. Nadie debería perder la oportunidad de profundizar más en su trabajo, pues las recompensas para el lector están aseguradas.

Por último, ya sabéis que si queréis más lecturas y recomendaciones podéis seguirme en la siguiente dirección de Twitter: @PRADA_VAZQ

Mario Vargas Llosa: La fiesta del Chivo

En alguna de esas populares listas que se hacen para jerarquizar en función de su calidad los libros publicados en equis lustro, en equis década, en equis siglo, La fiesta del Chivo (Alfagura, 2000) aparece como la mejor novela española del siglo XXI, durante el periodo comprendido entre los años 2000-2013. No estoy seguro de que estas cosas sirvan para algo realmente. Quizá fuese más productivo que los especialistas hiciesen listas en favor de jóvenes escritores y escritoras para así ponerlos un poco en circulación: darles un impulso, un poco de aire para que no se sientan tan desasosegados (porque escribir tiene mucho de desasosiego). Pero a lo que iba: Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936).

Mario Vargas Llosa (Google imágenes)

   Mario Vargas Llosa (Google imágenes)

La fiesta del Chivo tiene una cualidad muy importante: la prosa es ágil y se entrevera muy bien con el argumento. Porque aunque trata los acontecimientos relacionados con el asesinato del general Trujillo, con las miserias y fastos de su cruenta dictadura en la República Dominicana y con la mentalidad de los inocentes y de los que se rebelan contra el poder dictatorial en favor de sus libertades y derechos, un tema, en definitiva, bastante serio y complejo, se vuelve accesible y entretenido gracias al acompasado ritmo de la narración. Diferentes perspectivas se mezclan para dar una visión más amplia del complejo mundo que describe consiguiendo así dinamizar el texto de una forma acertada. No voy a descubrir ahora a Vargas Llosa, un escritor de sobra consagrado, al que leo desde hace tiempo y admiro también. Pero tengo que afirmar que una vez leída esta novela mi opinión con respecto a él se mantiene intacta. Cosa que me agrada.

»Urania. No le habían hecho un favor sus padres; su nombre daba la idea de un planeta, de un mineral, de todo, salvo de la mujer espigada y de rasgos finos, tez bruñida y grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo. ¡Urania! Vaya ocurrencia. Felizmente ya nadie la llamaba así, sino Uri, Miss Cabral, Mrs. Cabral o Doctor Cabral. Que ella recordara, desde que salió de Santo Domingo (»Mejor dicho, de Ciudad Trujillo», cuando partió aún no habían devuelto su nombre a la ciudad capital), ni en Adrian, ni en Boston, ni en Washington D.C., ni en New York, nadie había vuelto a llamarla Urania, como antes en su casa y en el colegio Santo Domingo, donde las sisters y sus compañeras pronunciaban correctísimamente el disparatado nombre que le infligieron al nacer.»

De todos modos, aún tengo pendientes algunos de sus últimos libros, que por lo visto no parecen estar a la altura de su mejor prosa, según la variada rumorología, como por ejemplo El héroe discreto o El sueño del celta. Habrá que probarlos en una próxima ocasión, al igual que Cinco esquinas, su nueva novela pendiente de publicación.