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Impresiones literarias

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Anna Kavan: Hielo

La editorial Trotalibros, entregada de pleno a su vocación de recuperar obras que van cayendo a distintas velocidades en el olvido (y todos sabemos que el olvido es un lugar en el que caben demasiados libros buenos), revitalizó recientemente, con nueva traducción de Ainize Salaberri, uno de los textos más oscuramente jugosos y laberínticos de la escritora inglesa Anna Kavan, texto que anteriormente reposaba en el catálogo de Seix Barral con traducción de Elsa Mateo. Anna Kavan, nacida en Cannes en 1901 y muerta en Londres en 1968, tuvo una vida procelosa, marcada por su adicción a la heroína (en contra de lo que se suele afirmar, murió de un problema cardiaco, no de sobredosis), dos matrimonios, mudanzas internacionales, estancias en hospitales psiquiátricos e intentos de suicidio. El conjunto de su obra no está ni mucho menos volcado al español, pero un libro como Hielo (1967), novela que hoy nos ocupa, ofrece una adecuada representación de lo que ofrece la escritura de Kavan, así que pasemos a ella cuanto antes.

Comenzamos en la helada oscuridad de una noche indefinida, acompañando al protagonista sin nombre, innominable como el resto de los personajes, sobre el que se cierne una amenaza que a lo largo del libro se irá haciendo más palpable: el mundo está sufriendo una acelerada glaciación, además de una cruenta guerra global, y la desinformación y los problemas de abastecimiento rodean a todos los miembros de la sociedad. Hostigado por dicho contexto, el protagonista solo tiene en mente una obsesión, una pulsión ciega por alcanzar a una muchacha con la que, tiempo atrás, tuvo una relación. Como el hielo, esta pulsión enfermiza y reiterativa por hacerse con la chica será la constante de la trama: él también es frío y brutal, descarnado como los efectos de la helada y la guerra. Esta figura imprecisa y de contenida violencia viaja, a través de los recuerdos, hacia atrás en el tiempo, hacia delante en el espacio, desplazándose además de la vigilia al sueño, del sueño a la ensoñación y de aquí al delirio y la alucinación visual, todo ello a lo largo de las apenas doscientas páginas de las que consta el libro. La psicología del protagonista es compleja, y podemos decir que está limitada por tres órdenes de confusión: identidad, tiempo y espacio. Estas dimensiones fluctúan constantemente en su cabeza, y dejan al lector asombrado y no menos confuso, al menos en las etapas iniciales del texto.

Por otro lado, la chica viene representada siempre por la visión sesgada del protagonista, y como la muchacha es su obsesión, esto le hace creer que ella es también la obsesión del resto del mundo, pues, por un motivo o por otro, todos parecen reclamarla. El narrador hace continuamente hincapié en la fragilidad física y mental de dicha muchacha, una muchacha blanca, nívea y dorada como el hielo al sol, que, por falta de amor y cariño en la infancia, según nos dice, se convirtió en un ser dependiente y falto de voluntad, en una criatura sumisa. Desde luego, él quiere apropiarse a toda costa de ella, pero su motivación es oscura: quiere salvarla, pero el lector no deja de tener la sensación de que lo hace para encerrarla en otra cárcel distinta, una celda que será la vida que él quiera darle. Acosado por la incertidumbre de lo real, el insomnio, los dolores de cabeza y las alucinaciones, no deja de confesar que con el tiempo ha comenzado a disfrutar de todo ello. También el lector tiene la certeza de que la destrucción exterior ha alcanzado el interior de todas las personas, contaminándolas y deshaciéndolas, rompiendo las virtudes de la humanidad, pervirtiéndolas hasta sus últimas consecuencias.   

¿Qué significado tiene esta oscura epopeya en la que la obsesión y la destrucción lo gobiernan todo? Aunque se presta a lecturas simbólicas de distintas ópticas, este libro de Anna Kavan, que es como una pesadilla de reiteraciones, como un laberinto sin salida para los personajes, representa, más allá de lecturas en clave exclusivamente feminista, la alienación que viven las personas en situaciones emocionales y contextuales límites. Sin duda, es este un texto sugestivo, a ratos lírico y a ratos descarnado, que ejemplifica el absurdo de vencerse ante los impulsos irracionales.   

Por último, ya sabéis que si queréis más lecturas y recomendaciones podéis seguirme en la siguiente dirección de Twitter: @PRADA_VAZQ

El compromiso de Hermann Hesse

Yo creo que fue hace cinco o seis años ya. Encontré un ejemplar bastante deteriorado de un libro de Hermann Hesse (Calw, Imperio alemán, 1877 – Montagnola, Suiza, 1962) titulado Sobre la guerra y la paz (Bruguera, 1977) en una librería de viejo. Me interesó, sobre todo, porque nunca había leído de él algo que no fuese su literatura.

Foto: Google imágenes

                               Foto: Google imágenes

En este pequeño libro de 178 páginas se recogen distintos ensayos, o más bien meditaciones, en torno a asuntos de carácter bélico: abarcan desde septiembre de 1914 hasta finales de 1948, periodo que incluye la Gran Guerra y sus consecuencias así como la Segunda Guerra Mundial. Es decir, una linea temporal de especial tensión y desgracia para el mundo, pero extremadamente angustiosa para los espíritus sensibles y preocupados. Y leyendo estas consideraciones, aunque ya en sus narraciones se deja ver, Hesse era uno de estos espíritus.

»Indudablemente tienen razón los que llaman a la guerra el estado primitivo y natural. En la medida en que el hombre es un animal, vive gracias a la lucha, vive a costa de los demás, teme y odia a los demás. La vida es, por consiguiente, una guerra. Es mucho más difícil determinar lo que es la paz. La paz no es ni un estado paradisíaco ni una forma de convivencia regulada por un acuerdo. La paz es algo que no conocemos, que solamente buscamos y presentimos. La paz es un ideal. Es algo indescriptiblemente complicado, amenazado, frágil, un aliento basta para comprometerla. El solo hecho de que dos personas obligadas a vivir juntas disfruten de una paz verdadera es menos frecuente y más difícil que cualquier otro logro ético o intelectual.»

Estos textos están cargados de un profundo individualismo, de una manifiesta vocación pacifista, de la idea de hacer comunidad, derivados especialmente del sentido religioso que alberga Hesse. Están escritos desde su gran humanidad y persiste en la tarea de comprometerse con ideales elevados, abstractos pero valiosos, como el amor, la paz o la libertad. Un libro, en definitiva, que tiene ideas interesantes y poderosas, de especial atención para los buenos lectores del Nobel (1946), pero también un gran aporte para los interesados en la época y en las perspectivas y visión personal de esos asuntos desde la escritura atenta de Hesse.