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Impresiones literarias

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Imre Kertész: Una invitación a la memoria

La portada tiene tres cuadrángulos rojos arriba, tres más abajo. Están sobre un fondo negro que es amplio en su zona central: allí unas letras blancas destacan un nombre, Imre Kertész; otras rojas un título, Sin destino. Debajo, en letras blancas más pequeñas: traducción de Judit Xantus (importante divulgadora de la literatura húngara en España). El volumen es sólido, sobrio, contundente: características éstas que se pueden extender a la literatura que contiene.

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                          Imre Kertész (Google imágenes)

Kertész (Budapest, 1929) nos cuenta en Sin destino (Acantilado, 2006) la historia de un niño de quince años, edad con la que él llegó a Auschwitz, que pasa de ver a su padre marchar, pues es condenado a trabajos forzados, a ser el encargado de ganarse la vida en una fábrica, atendiendo y ayudando también a su madrastra. Conoce a una chica de su edad que vive en el mismo edificio que él, también judía, que le gusta. Es feliz, dentro del clima complejo y bélico que ya se vive, hasta que un día todo cambia, sin esperarlo. Desde aquí parte la narración, y parece conveniente no  desgranar nada más para que el lector se adentre en los acontecimientos que vive el protagonista sin más ideas de las necesarias. Lo importante, en todo caso, es dejar constancia de las ideas que suscita el texto en su intensidad: la pregunta por la diferencia, por la identidad, por la conciencia y la memoria. Kertész tiene la suerte de escribir con cierta sobriedad irónica que pone de manifiesto la crudeza de la realidad vivida por el personaje, la misma que vivió él entonces. Sin destino es una lectura inexcusable de este premio Nobel de Literatura (2002) para todos aquellos que quieran hacer memoria y acercarse al lado más humano de la gran tragedia del siglo XX.

»Hoy no he ido a la escuela; mejor dicho, sólo fui para pedir permiso a la tutora y volver a casa. Le entregué la carta de mi padre, en la cual pedía que me dispensaran, alegando razones familiares. Ella me preguntó cuáles eran esas razones familiares, y yo le contesté que a mi padre lo habían asignado a trabajos obligatorios. Dejó de incordiarme.»

La verdad es que haríamos un gran favor al mundo en el que vivimos y al que está por venir si leyéramos con atención la literatura producida por las víctimas del Holocausto. En realidad, acercarse a hombres y mujeres que padecieron cualquier tipo de sometimiento y crueldad, ya sea por sus ideas, ya por sus credos, es un acto de reconciliación, de apuesta por la libertad y su salvaguardia. Siempre he estado atraído, creo que ya lo he dicho en alguna ocasión más aquí, por la literatura relacionada directa o indirectamente con los autoritarismos, y especialmente la escrita por las víctimas. Por eso creo que es importante establecer una distinción entre los libros ambientados históricamente en la Segunda Guerra Mundial, y los que están escritos desde la experiencia personal de ese conflicto. No es que unos sean menos interesantes que los otros por el simple hecho de estar tratados desde la distancia y sin conocimiento directo. Lo que me pasa a mí concretamente, es que busco bajo las palabras una persona real que me hable, aunque sea a través de una novela, como en este caso, de su experiencia íntima en lo que fue un trasunto del infierno.

Hace ya cuatro años que visité Auschwitz y desde entonces entendí aún más una frase, que no recuerdo exactamente de quién era, pero que decía algo así como: piensa de tal forma que Auschwitz no vuelva a repetirse. Aquí puedo hacer una variación de esta sentencia y escribir, sinceramente:

Lee de tal forma que Auschwitz no vuelva a repetirse.

El compromiso de Hermann Hesse

Yo creo que fue hace cinco o seis años ya. Encontré un ejemplar bastante deteriorado de un libro de Hermann Hesse (Calw, Imperio alemán, 1877 – Montagnola, Suiza, 1962) titulado Sobre la guerra y la paz (Bruguera, 1977) en una librería de viejo. Me interesó, sobre todo, porque nunca había leído de él algo que no fuese su literatura.

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                               Foto: Google imágenes

En este pequeño libro de 178 páginas se recogen distintos ensayos, o más bien meditaciones, en torno a asuntos de carácter bélico: abarcan desde septiembre de 1914 hasta finales de 1948, periodo que incluye la Gran Guerra y sus consecuencias así como la Segunda Guerra Mundial. Es decir, una linea temporal de especial tensión y desgracia para el mundo, pero extremadamente angustiosa para los espíritus sensibles y preocupados. Y leyendo estas consideraciones, aunque ya en sus narraciones se deja ver, Hesse era uno de estos espíritus.

»Indudablemente tienen razón los que llaman a la guerra el estado primitivo y natural. En la medida en que el hombre es un animal, vive gracias a la lucha, vive a costa de los demás, teme y odia a los demás. La vida es, por consiguiente, una guerra. Es mucho más difícil determinar lo que es la paz. La paz no es ni un estado paradisíaco ni una forma de convivencia regulada por un acuerdo. La paz es algo que no conocemos, que solamente buscamos y presentimos. La paz es un ideal. Es algo indescriptiblemente complicado, amenazado, frágil, un aliento basta para comprometerla. El solo hecho de que dos personas obligadas a vivir juntas disfruten de una paz verdadera es menos frecuente y más difícil que cualquier otro logro ético o intelectual.»

Estos textos están cargados de un profundo individualismo, de una manifiesta vocación pacifista, de la idea de hacer comunidad, derivados especialmente del sentido religioso que alberga Hesse. Están escritos desde su gran humanidad y persiste en la tarea de comprometerse con ideales elevados, abstractos pero valiosos, como el amor, la paz o la libertad. Un libro, en definitiva, que tiene ideas interesantes y poderosas, de especial atención para los buenos lectores del Nobel (1946), pero también un gran aporte para los interesados en la época y en las perspectivas y visión personal de esos asuntos desde la escritura atenta de Hesse.