Albert Camus: El extranjero

Tenía asumido que leer a Albert Camus (Argelia, 1913 – Francia, 1960) en general, y El extranjero (1942) en particular, provocaba desasosiego. Y una segunda lectura de este libro me lo confirma: Meursault es un icono de la indiferencia, un individuo que encarna las carencias que imperan en la vida contemporánea; si es que esta expresión tiene algún sentido.

Foto: Google imágenes

                           

Al protagonista, Meursault, que trabaja en una oficina, se la ha muerto su madre, a la que siempre se refiere como mamá, y que dentro de la sobriedad del estilo resulta uno de los poco acercamientos reales a algo parecido a un sentimiento: soterrado en todo caso. Tiene que ir hasta el asilo en el que se encontraba, velar su cuerpo, entrar en fugaz contacto con algunos ancianos, el portero, el director, el novio triste de su madre. Han de pasearse hasta el cementerio tras el coche, cuarenta y cinco minutos de caminata bajo el sol, lentamente. Después del entierro volverá a casa, se encontrará con María Cardona, con sus vecinos, con su calle y sus gentes. Hasta que una tarde en la playa todo cambia o todo quiere cambiar. Vaya.

»Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.»

Así, como que no quiere la cosa, avanza una historia de indiferencia, de impulsos, de tristeza. Lo cotidiano, lo anónimo, lo caprichoso de los sentimientos que apenas existen: este libro es como una patada en el estómago. Una patada necesaria en todo caso, que fijo me vuelvo a dar tarde o temprano. Sonriendo, eso sí.