Dejemos hablar al viento

Impresiones literarias

Etiqueta: Tristeza

Philip Levine: She’s not gone

She’s Not Gone

Someone enters your life
on a day you no longer
remember. The years pass,
and she becomes the mother
you never had, the older
sister smoking before breakfast,
the first friend. She lies back
on the worn sofa in the heat
of summer and shares a season
of baseball. When you are
twelve she explains the world,
how the people were sold
down the river, how someone
will always work and waste
away to these essential bones,
muscles, and tendons. She explains
your brother, who at sixteen
needs two clean shirts a day
and will grow to command, she
explains you, who will never,
and she blesses you with a hand
mussing your hair. One day
she is gone, over forty and she
has fallen in love again,
and love has taken her off
to a man with one leg
and no prospects. A postcard
from California and then
a silence that lasts.
The ironing board waits
in the corner, the worn black
shoes are kicked back into
the closet, her yellowing slip
sags on the back of her chair
until your mother, cursing,
tears it into rags and garbage.
You will look and find her
in the long jaws of other
women, in the hard eyes
that can gleam without hope,
you will find her again
and again because with
two open hands, with a voice
that said anything, with
a new smile for each
new loss, she showed you
a world she could die for.

Este poema de Philip Levine (Detroit, 1928 – Fresno, California, 2015) apareció en el número 77 de The Paris Review en 1980. Suelo leerlo de vez en cuando, como sin querer, y cada vez que lo hago aparecen nuevos matices, como si se renovara su tristeza interior una y otra y otra vez.

Albert Camus: El extranjero

Tenía asumido que leer a Albert Camus (Argelia, 1913 – Francia, 1960) en general, y El extranjero (1942) en particular, provocaba desasosiego. Y una segunda lectura de este libro me lo confirma: Meursault es un icono de la indiferencia, un individuo que encarna las carencias que imperan en la vida contemporánea; si es que esta expresión tiene algún sentido.

Foto: Google imágenes

                           

Al protagonista, Meursault, que trabaja en una oficina, se la ha muerto su madre, a la que siempre se refiere como mamá, y que dentro de la sobriedad del estilo resulta uno de los poco acercamientos reales a algo parecido a un sentimiento: soterrado en todo caso. Tiene que ir hasta el asilo en el que se encontraba, velar su cuerpo, entrar en fugaz contacto con algunos ancianos, el portero, el director, el novio triste de su madre. Han de pasearse hasta el cementerio tras el coche, cuarenta y cinco minutos de caminata bajo el sol, lentamente. Después del entierro volverá a casa, se encontrará con María Cardona, con sus vecinos, con su calle y sus gentes. Hasta que una tarde en la playa todo cambia o todo quiere cambiar. Vaya.

»Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.»

Así, como que no quiere la cosa, avanza una historia de indiferencia, de impulsos, de tristeza. Lo cotidiano, lo anónimo, lo caprichoso de los sentimientos que apenas existen: este libro es como una patada en el estómago. Una patada necesaria en todo caso, que fijo me vuelvo a dar tarde o temprano. Sonriendo, eso sí.

Juan Marsé: Siempre pertrechado para irse al infierno

Juan Marsé (Barcelona, 1933) tiene otro ámbito como escritor menos explorado por el lector, apenas conocido para lo interesante que resulta. Todo el mundo conoce de oídas o ha leído alguna de sus novelas, Encerrados con un solo juguete (1960), Últimas tardes con Teresa (1966), La oscura historia de la prima Montse (1970) o El embrujo de Shanghai (1993) por citar algunas. Pero el Marsé cuentista es un gran Marsé.

Foto: Google imágenes

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Cuentos completos (Espasa Calpé, 2002) es la recopilación de los trabajos de Marsé como escritor de relatos. Incluye, tras una interesante introducción de más de cien páginas a cargo de Enrique Turpin, que contextualiza su obra y su vida, los textos aparecidos en el volumen de Teniente Bravo (1987) que incluyen los cuentos Historia de detectives, El fantasma del cine Roxy, Teniente Bravo y Noches de Bocaccio, y además otros cuentos que estaban dispersos, como La mayor parte del día, Plataforma posterior, Nada para morir, La calle del dragón dormido, Parabellum, El pacto, La liga roja en el muslo moreno, El jorobado de la sagrada familia y El caso del escritor desleído, todos escritos entre 1963 y 1994. Y la pregunta es, ¿qué hay de interés en estos cuentos?

»En los días luminosos y en la zona alta de la ciudad, desde esta calle que se encabrita en la colina como si quisiera mirarse en el Mediterráneo, la vista alcanza muy lejos mar adentro y el corazón se engaña: el barrio dormita al sol y es una atalaya sobre un sueño que no acaba de discurrir.»  (Historia de detectives)

Todos están cargados de ritmo, de riqueza expresiva, altamente eficaz, que ayuda a dotar de verosimilitud a sus historias. Barcelona está presente cómo no. Es capaz de generar imágenes que se presenta en la retina con una nitidez pasmosa, al igual que sucede con su producción novelística. Hay humor en ellos pero también insatisfacción y tristeza, tensión. Para estos tiempos en los que cada vez se lee menos, generalmente por falta de tiempo, estos cuentos pueden ser la opción perfecta para disfrutar de la lectura.

Únicamente espero que Marsé tarde mucho en irse al infierno, a pesar de estar siempre pertrechado para hacerlo en cualquier momento, como escribía él en Señoras y señores (Tusquets, 1988) en un Autorretrato.