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Rüdiger Safranski: El mal o el drama de la libertad

Ahora que hace calor y lo último que apetece es moverse físicamente demasiado, nada mejor que hacer sudar un poco el intelecto de cada uno y cada una leyendo a Rüdiger Safranski (Rottweil, Alemania, 1945), prolífico ensayista y filósofo alemán, miembro de la Academia alemana de Lengua y Poesía, agregado del PEN Club, que además fue moderador, junto a Peter Sloterdijk, del programa de televisión germano, emitido hasta 2012, Philosophische quartett. ¿Algo más sobre él? Tiene el premio Friedrich Nietzsche de filosofía (el que, por cierto, también posee un filósofo español, Eugenio Trías, del que ya he hablado alguna vez aquí) y ha publicado interesantes biografias sobre Schiller, Schopenhauer, Heidegger, Nietzsche o Goethe; vamos, de unos intereses muy telúricos.

safranski

Rüdiger Safranski (Patrick Seeger/Google imágenes)

En realidad no se va a sudar mucho con este libro, El mal o el drama de la libertad (Tusquets, 2005), porque no presenta filosofía para filósofos, para amantes de las cuestiones más técnicas y oscuras que competen a ese ámbito del saber en su forma especializada. Safranski se plantea, de forma creativa y divulgativa, una pregunta básica desde la que se derivan otras: ¿Qué es el mal? ¿Dónde tiene su origen? ¿Qué implica la existencia de la idea del mal? ¿Qué conlleva ser libre? Este ensayo presenta un recorrido histórico, a caballo entre la literatura/arte y el pensamiento filosófico, y para ello se acerca al concepto de mal desde la perspectiva religiosa (los mitos griegos y egipcios, así como los cristianos), pero también desde la ideológica en tanto que política. Así, hablará de Caín, San Agustín, Schelling, Sócrates, Kant, Baudelaire, Camus, kafka, Goethe, Sartre o Hitler para poner sobre la mesa las posibilidades que se derivan de que el hombre haya optado por buscar la libertad, por tener la posibilidad de elegir, de fallar; en suma: de haber desarrollado una conciencia que se enfrenta a múltiples disyuntivas.

»No hace falta recurrir al diablo para entender el mal. El mal pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad. El hombre no se reduce al nivel de la naturaleza, es el animal no fijado, usando una expresión de Nietzsche. La conciencia hace que el hombre se precipite en el tiempo: en un pasado opresivo; en un presente huidizo; en un futuro que puede convertirse en bastidor amenazante y capaz de despertar la preocupación. Todo sería más sencillo si la conciencia fuese ser consciente.»

El mal no precisa de teologías, sino que es más bien un producto proyectado por el hecho mismo de tener la posibilidad de decir »no», de arriesgarse a tomar decisiones. La libertad humana es enigmática, dice, y por tanto, hay que confiar de alguna forma en uno mismo y en el mundo, a pesar de que éste parece enmascarar con libertad lo que en realidad no lo es. ¿Qué mejor que divagar sobre el mal y las consecuencias de la libertad relajado o relajada en una playa o en una piscina bulliciosa, en un monte o un lago tranquilo, mientras el mundo gira con el tedio de siempre? Bueno, igual cualquier otra cosa.

Por último, ya sabéis que si queréis más lecturas y recomendaciones podéis seguirme en la siguiente dirección de Twitter: @PRADA_VAZQ

Albert Camus: El extranjero

Tenía asumido que leer a Albert Camus (Argelia, 1913 – Francia, 1960) en general, y El extranjero (1942) en particular, provocaba desasosiego. Y una segunda lectura de este libro me lo confirma: Meursault es un icono de la indiferencia, un individuo que encarna las carencias que imperan en la vida contemporánea; si es que esta expresión tiene algún sentido.

Foto: Google imágenes

                           

Al protagonista, Meursault, que trabaja en una oficina, se la ha muerto su madre, a la que siempre se refiere como mamá, y que dentro de la sobriedad del estilo resulta uno de los poco acercamientos reales a algo parecido a un sentimiento: soterrado en todo caso. Tiene que ir hasta el asilo en el que se encontraba, velar su cuerpo, entrar en fugaz contacto con algunos ancianos, el portero, el director, el novio triste de su madre. Han de pasearse hasta el cementerio tras el coche, cuarenta y cinco minutos de caminata bajo el sol, lentamente. Después del entierro volverá a casa, se encontrará con María Cardona, con sus vecinos, con su calle y sus gentes. Hasta que una tarde en la playa todo cambia o todo quiere cambiar. Vaya.

»Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.»

Así, como que no quiere la cosa, avanza una historia de indiferencia, de impulsos, de tristeza. Lo cotidiano, lo anónimo, lo caprichoso de los sentimientos que apenas existen: este libro es como una patada en el estómago. Una patada necesaria en todo caso, que fijo me vuelvo a dar tarde o temprano. Sonriendo, eso sí.