Dejemos hablar al viento

Impresiones literarias

Etiqueta: Thomas Bernhard

Mircea Cărtărescu: El ojo castaño de nuestro amor

Algo que siempre me ha interesado de los escritores que yo considero valiosos, es que hagan literatura de su propia vida: me gusta que ahonden en su propia vida, da igual si es de forma orgánica o no. Las biografías escritas por otros sobre escritores a los que admiro no suelen interesarme lo más mínimo. Sin embargo, cuando un escritor indaga con su propio estilo en su propia vida suele suceder algo que a mí me fascina: con lo que nos cuenta (u omite) podemos ser capaces de atender, de poner el foco donde él o ella lo pone, comprobar lo que ofrece de los rasgos más humanos (o no) de su personalidad. Algunos ejemplos: los Relatos autobiográficos, de Thomas Bernhard, Sobre los ríos que van, de António Lobo Antunes, las Memorias de Arthur Koestler y la Autobiografía de Bertrand Russell. Todos son fascinantes ejemplos, con sus estilos distintos, de las posibilidades de la autorreflexión, de la capacidad para poner la atención en detalles, en escenas que han sido relevantes para ellos y, por tanto, para nosotros como lectores que amamos a esos escritores.

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                        Mircea Cârtârescu

Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) no es un escritor que yo pueda poner al nivel de Bernhard o António Lobo Antunes; al menos no significa lo mismo para mí que ellos. Pero, aun así, me parece un auténtico animal literario, un hombre que sabe ponerle literatura a las cosas para hacerlas vivir. El ojo castaño de nuestro amor (Impedimenta, 2016), es una interesante aproximación episódica a ciertos acontecimientos relevantes o coyunturales de la propia vida del escritor rumano. Sus novelas más conocidas, Nostalgia, Lulu y El levante (¿es esto una novela?) son tres piezas que no hay que evitar si uno se las encuentra por el camino. Por eso recomendaría leerse al menos algo de él (Lulú, quizá), antes de entrar en El ojo castaño de nuestro amor, pues, aunque son textos para disfrutar, están enfocados a las personas que van más allá de la literatura de Cărtărescu y que quieren conocerlo de primera mano. Al menos con lo que él deja ver de sí mismo.

Como si, al escribir, cada línea que trazo en la página con el bolígrafo se cubriera de moho y cada página que dejo atrás, cubierta con mi escritura, se abarquillara, amarilleara y se retorciera como una hoja seca. Pero yo seguiría escribiendo igualmente cada vez más rápido, para que no me alcancen el desastre y la desgracia.

Los textos que componen este libro tienen un expresivo barniz nostálgico (¿por qué se escribe si no del pasado?), pero por suerte nada sentimental, nada afectado: con un alto grado de precisión expositiva, Cărtărescu habla igualmente de unos pantalones vaqueros o de una isla perdida de la infancia, de Jesús o del ímpetu de los escritores jóvenes, que de la muerte de su hermano gemelo (la pieza que da título al libro). Lo cierto es que esta breve narración, en la que realiza la descripción del tiempo que pasó con su hermano, es bastante conmovedora. En conjunto es una obra bastante compacta, no una absurda recopilación de cosas intrascendentes, que tiene momentos de absoluta poesía (Una vez, en un país tan remoto que solo se podía llegar hasta él enlazando diez vidas, como esos pañuelos anudados que el ilusionista se saca de la boca en el circo…). Claro que sí, hay que leer a Cărtărescu.

Thomas Bernhard: Corrección

Curiosamente, leía la semana pasada un artículo en El País en el que hablaban de diez obras maestras que pocos han logrado terminar (algo que es exagerado, sin duda). Junto a importantes libros de Nabokov, Proust o Bolaño, se encontraba la que es una de mis novelas predilectas de Thomas Bernhard (Heerlen, 1931 – Gmunden, 1989), titulada Corrección (Alianza, 2003). Digo curiosamente porque la he releído estas semanas de atrás con la intención de escribir un post sobre ella para celebrar que los días 9 y 12 de este mes se cumplen, respectivamente, unos cuantos años del nacimiento y muerte del escritor austriaco. En el artículo citado se decía que su trama indescifrable, su desprecio por los puntos y seguido (y aún más los aparte), así como su obsesión por las frases subordinadas, hacían de este texto una lectura que repele al lector desde la tercera página. Como ya he dicho en alguna parte, el problema de los textos bernhardianos es que están escritos para lectores bernhardianos: si no estás dispuesto a entrar completamente en su laberinto, probablemente no seas capaz de valorar su literatura en su justa medida.

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                                         Thomas Bernhard

¿Es la trama realmente indescifrable? Por supuesto que no (creo que es importante señalar que por indescifrable quizá querrían decir inexistente, que son dos cosas distintas). El anónimo narrador llega a casa del taxidermista Höller, un hombre que vive en el valle de Aurach junto a su mujer e hijos, para instalarse en la buhardilla de su casa y examinar y ordenar los papeles, las miles de anotaciones que dejó un amigo común llamado Roithamer, y que se ha suicidado recientemente. Roithamer ha estado encerrado en la buhardilla intentando consumar un obsesión: diseñar y construir un Cono en el centro geométrico del bosque de Kobernauss en el que viviría su hermana, una arquitectura que sería para ella la felicidad suprema.  Partiendo de este punto, todo acontece en torno a la indagación que  hace el narrador en los papeles dejados allí por el suicida, que vivía a caballo entre Cambridge y la casa del taxidermista Höller. Por un lado, en la primera parte del relato, la voz nos sitúa en su propia llegada a la casa y su acomodo, así como en las primeras lecturas y recuerdos que se hacen de Roithamer. En la segunda parte, los textos de Roithamer abarcan prácticamente toda la narración y entramos profundamente en su realidad: la idea obsesiva de la construcción del Cono, la relación con sus padres, hermanos y hermana, especialmente con su madre, a la que no soporta, también el odio que siente por su pueblo natal, por sus gentes. Accedemos al universo de Roithamer.

Después de una neumonía al principio ligera, pero luego, por dejadez y descuido, súbitamente convertida en grave, que me había afectado a todo el cuerpo y me había tenido nada menos que tres meses en el hospital de Wels, situado junto a mi lugar natal y famoso en el campo de las llamadas enfermedades internas, me había dirigido, no a finales de octubre, como me habían aconsejado los médicos, sino ya a principios de octubre, como quería sin falta y bajo mi llamada propia responsabilidad, aceptando una invitación del taxidermista Höller del valle del Aurach, inmediatamente al valle del Aurach y a casa de los Höller, sin dar un rodeo por Stocket para ver a mis padres, inmediatamente a la llamada buhardilla de los Höller, para examinar, y quizá también ordenar enseguida, el legado recibido después del suicidio de mi amigo Roithamer

Entonces, y al contrario de lo que han dicho, la trama es realmente descifrable, sustancial, lo que sucede es que el vaivén del lenguaje, su precisión y peso, obstaculizan una desatenta penetración en la historia. Cualquier persona acostumbrada a leer con cierta regularidad y que sienta interés por las posibilidades del lenguaje y de la literatura caerá seducida (con esfuerzo por su parte, sin duda) por esta gran obra. Es cierto que quizá sea de las más complejas de Bernhard y, si nunca se ha leído nada de él, con toda probabilidad espante realmente al lector. Si éste es el caso, yo recomiendo empezar por sus Relatos autobiográficos, de los cuales ya reseñé uno aquí, o, si se prefiere una novela, Tala (Alianza, 2012). La clave de Corrección está en desentrañar el significado que tiene esta palabra en la novela. Un significado perturbador y quizá correcto. Sí, hay que leer (mucho) a Bernhard. (Mucho).

Por último, ya sabéis que si queréis más lecturas y recomendaciones podéis seguirme en la siguiente dirección de Twitter: @PRADA_VAZQ

Thomas Bernhard: En busca de la verdad

Suelo afirmar que los libros de Thomas Bernhard son siempre para lectores bernhardianos, y por tanto para personas decididamente pesimistas pero con un alto nivel de humor, por decirlo de una forma excesivamente sintética. Ahora, una vez acabado de leer En busca de la verdad (Alianza, 2014), me he dado cuenta de que esta recopilación de textos públicos del escritor austriaco (artículos, entrevistas, cartas, discursos, etc.) está indefectiblemente dirigida a hombres y mujeres bernhardianos, por lo que puedo casi afirmar sin lugar a dudas que a nadie más satisfará. Aunque esto último no tiene por qué ser del todo cierto, ya se sabe de los complejos milagros obrados por la literatura.

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                     Thomas Bernhard (Foto: Sepp Dreissinger)

Presentados cronológicamente, leídos por tanto de forma lineal, tal y como yo lo he hecho, sin dejarme llevar por la idea de ir saltando de pieza en pieza según mis probables apetencias, tengo la extraña sensación de que he presenciado de alguna forma la vida, y a la vez asistido a la muerte, de Thomas Bernhard. No, no es una exageración: al terminar el libro me ha quedado una inexplicable sensación de culpa, de abatimiento, derivada sin duda del hecho de que creo haber comprendido mejor quién era ese hombre perdido en las montañas de su soledad. Sus novelas, pero sobre todo sus Relatos autobiográficos (que comenté brevemente aquí), ya me decían mucho de él; pero el mérito de los textos de En busca de la verdad radica en que han sabido poner en perspectiva su temperamento y su personalidad fuera del acto que le es más propio, el de la creación artística. En este libro predomina la persona más que el escritor y se puede descubrir incluso a un hombre profundamente enamorado (una auténtica revelación para mí):

Mi madre murió a los cuarenta y seis años. En 1950. Un años antes conocí a la compañera de mi vida. Al principio fue una amistad y una relación muy fuerte con una persona mucho mayor. En cualquier lugar del mundo que yo estuviera, ella era mi punto central, del que lo extraía todo. Sabía siempre que esa persona estaba ahí para mí por completo si las cosas eran difíciles. Solo tenía que pensar en ella, ni siquiera buscarla, y todo se arreglaba. Todavía ahora vivo con esa persona. Cuando tengo preocupaciones le pregunto, ¿qué harías tú? De esa forma me he abstenido de absolutas atrocidades, que todavía se pueden cometer con la edad, porque todo está dentro de uno. Ella fue para mí la que me contenía, me disciplinaba. Y por otra parte también la que me abría el mundo. 

Pero también está (¡no podía faltar!) el Bernhard que no realiza concesiones, que se enfrenta a todo lo que considera indigno, lo que abarca, obviamente, desde el Estado austriaco y su gobierno hasta los periodistas y los críticos, pasando por otros compañeros de profesión y políticos, así como por el mismo público y la Iglesia. Este libro puede verse incluso como un acerado manual para el conflicto verbal, créanme. Las entrevistas son especialmente interesantes, en todas ellas es claro (oscuro más bien) y va desgranando de forma temperamental detalles de su vida que resultan a la vez crudos y conmovedores.

BERNHARD: Para mí sería interesante si pudiera matarme y observarme luego.
PREGUNTA: Desgraciadamente eso es imposible.
BERNHARD: Que no sea posible es mi mayor decepción.

A pesar de su aparente misantropía, que es la característica fundamental que rueda de boca a oreja cuando se trata sobre él, yo no puedo dejar de ver, bajo ese pesado caparazón lingüístico y temático, a un humanista que luchó contra el conformismo y la mediocridad intelectual desde sus propias y complicadas circunstancias vitales: detrás de sus hirientes palabras, en su inmensa soledad, siempre tuvo espacio para el verdadero amor, algo que no todo el mundo puede, ¡ay!, afirmar. Así que yo me quedo con su cara más sencilla, con las pequeñas brechas por las que se filtra su entristecida devoción por lo humano.

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Thomas Bernhard: El origen

Los escritores exigentes siempre suelen dar buenos lectores. Y si además están como sumidos en un cabreo continuo, en cierta apatía, pueden agitar poderosamente el pensamiento de quien se enfrenta a (con) ellos. Thomas Bernhard (Heerlen, 1931 – Gmunden, 1989), en todo caso, es para mí uno de estos autores que azuza gravemente, para bien o para mal, al que lo lee. Sus Relatos autobiográficos (Anagrama, 2009) son la muestra esencial de sus obsesiones, de su estilo, de su exigencia como escritor. El primero de estos relatos, del único que voy a hablar aquí, es El origen. Una indicación (1975) en el que presenta su infancia y adolescencia, hasta que deja finalmente el instituto con quince años.

Foto: Google imágenes

                              Foto: Google imágenes

Toda ella, la infancia-adolescencia de Bernhard, está marcada por múltiples aversiones: la ciudad de Salzburgo, los ciudadanos de Salzburgo, la educación de Salzburgo, el nacionalsocialismo, especialmente en su versión salzburguesa, y por el catolicismo post-nacionalsocialista. Es curioso y determinante que divida el texto en dos partes que a la postre para él significan el mismo estancamiento, la misma mendacidad: Grünkranz, por un lado, El tío Franz, por otra. Él primero es el nombre del director del internado en el que vivía, un hombre que encarnaba las miserias y rectitud irreflexiva del espíritu hitleriano: el ejemplo de lo antinatural, del pensamiento y la moral que ahogaba y mataba lo auténtico de cada ser. Durante la guerra, en este periodo, alternaría las horas entre los refugios antiaéreos, sus clases de violín en una habitación llena de zapatos y su ansiedad por quitarse de en medio, a través del suicidio.

»La época de aprender y de estudiar es, principalmente, una época de pensar en el suicidio, y quien lo niega, lo ha olvidado todo»

El tío Franz representa la misma corrupción del alma pero desde la esfera de la religión: Bernhard describe lo poco que varió su vida de una disciplina a otra por aquel entonces, en la que la imagen de Hitler se cambiaba por una cruz y los himnos nazis se suprimían por oraciones y cantos piadosos. Aquí, en el instituto ya, sufre lo mismo que antes pero de una forma menos agónica, aunque siempre abundando en lo humillado y ofendido que se sentía en el día a día. Analiza con severidad a los profesores, a los alumnos y a la sociedad, pues encuentra en el microcosmos del sistema educativo un símil a menor escala de ésta, en el que hay que buscar víctimas y denigrarlas: Bernhard recuerda a un niño tullido, hijo de un arquitecto, y a un feo y ridículo profesor de geografía como los blancos paradigmáticos del escarnio público. Tal es la forma en la que la sociedad funciona también. Toda una exhibición pesimismo y concienciación.

Por tanto, cualquier persona que esté sumida en el hartazgo de nuestro mundo, de sus corrupciones e ideales falsos, va a encontrar en Bernhard un impulso para seguir desanimado, pero eso sí, de una forma más sutil, quizá acerada y sincera también. Hay que leer a Bernhard.

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