Victor Serge: El caso Tuláyev
Si quien lee estas palabras se sintió alguna vez obnubilado por la potencia devastadora de novelas como 1984 o El cero y el infinito, de George Orwell y Arthur Koestler respectivamente, y quedó asombrado por los hechos e ideas desplegados en ellas, ese mismo lector podrá encontrar en El caso Tuláyev, y esta es una promesa que no caerá en saco roto, una muestra, quizá más compleja, sin duda más polifónica y descarnada, de esa misma potencia devastadora, pero amplificada aquí por la verdad desnuda del contexto sociohistórico y la detallista sutileza con la que Victor Serge lleva a cabo su tarea de representar la maquinaria destructiva del Estado totalitario soviético. Publicada en 1947, esta novela sobre la horrible e incesante represión soviética, esto es, sobre la reducción de todo miembro de dicha sociedad al valor de medio, no de fin en sí mismo, habría de ser una lectura obligada para estos tiempos en que los extremos se van consolidando sin que el sentido común alce su voz con la suficiente fuerza como para evitarlo.
Ahora bien, de Victor Serge podrían decirse muchas cosas, pues su vida parece que aconteció en todas partes y de forma dinámicamente atropellada: tiene algo de apátrida, algo de héroe, algo de humillado. Su peripecia vital es asombrosa, y en su tiempo gozó de una popularidad (nunca como la de Orwell o Koestler) que hoy apenas le queda. Comenzó, como muchos otros, siendo un entusiasta de la Revolución y, como muchos otros, terminó por repudiar sus consecuencias, sus modos, su fatalidad inhumana: pasó muchas horas en la cárcel y no dejó nunca de escribir; no solo invirtió su tiempo en la redacción de novelas, sino también de cuentos, poemas, memorias, diarios, artículos, ensayos y hasta biografías. Repudiado como Trotskista, fue repudiado por Trotski también. Exiliado en México, enfermo del corazón, murió de madrugada en el asiento trasero de un taxi debido a un infarto. Pasarían dos días todavía hasta que su familia se enterase del suceso. Pero ¿qué podemos decir de la novela que nos traemos entre manos?
En El caso Tuláyev nos situamos en el año 1939, momento en el cual es asesinado un miembro importante del Partido, el camarada Tuláyev. Su asesinato es fruto, únicamente, del descontento de un ciudadano y nace, además, de una pulsión marcadamente individual, pero en la que muchos podrían verse representados. Para el Gobierno soviético, sin embargo, el asesinato de Tuláyev de un balazo en la fría noche moscovita es ante todo una posibilidad para llevar a cabo una depuración masiva pretextando, sobre todo, sabotaje, profundas e invisibles ramificaciones contrarrevolucionarias: porque para dicho Estado es obvio que no puede tratarse de un hecho aislado, pues ello demostraría la impotencia del sistema para protegerse, es decir, indicaría debilidad, inconsistencia y, por ende, conduciría a la pérdida de respeto, a la derrota del miedo institucionalizado. Así, desde las altas esferas del poder, comenzando por el propio Stalin, conocido en el libro como “el jefe”, se crea una trama de relaciones inconsistentes con el objetivo de justificar políticamente el asesinato de Tuláyev: son numerosas las personas inocentes involucradas arbitrariamente en dicho complot, por el cual, sin embargo, se las tortura con el objetivo único de obtener confesiones falsas y en extremo condicionadas. Fabrican culpables según las necesidades, los asesinan según lo exija el guion.
Los personajes que recorren la historia, presentados en una sugerente estructura narrativa, representan a la perfección el pudrimiento interior al que los ideales revolucionarios y su puesta en práctica llevaron a millones de personas. Cuando la doctrina sustituye a la humanidad, cuando la política destruye la libertad, cuando la disciplina explota la voluntad, solo puede quedar en el corazón de la gente una sensación constante de miedo y debilidad, de anulación personal en favor de una existencia objetual. Esta debacle queda representada en muchos puntos a lo largo de la obra, y se estila con claridad en las frases y pensamientos de los protagonistas, al generar Serge a la perfección la atmósfera social y psicológica en la que se mueven: se saben explotadores de la miseria, farsantes (“él pensaba y los periódicos mentían”), culpables también (“Y si tú te crees inocente, te engañas por completo. ¿Inocentes nosotros? ¿De quién te burlas? ¿Te olvidas de nuestro oficio?”, dice uno de los personajes, burócrata), pero a la vez, a medida que se acercan al final, se ven poseídos de una cierta clarividencia, ya que, en mayor o menor medida, aprecian cada vez más lo inhumano del régimen, sus caprichos neuróticos, sus formas frías, aceradas, de abordar el papel del ciudadano como elemento remplazable en el sistema. La conciencia brota entonces con mayor o menor soltura, con cierto vigor.
“Todos somos fusilados aplazados”, comenta Rublev, uno de los personajes. Quizá sea esta la divisa del pueblo soviético y de los miembros del partido, pues la facilidad para caer en desgracia es tan común que casi podría considerarse una ley natural propia de este oscuro cosmos, en el que los crímenes de Estado están a la orden del día, de la hora, del minuto. En un mundo en el que “nadie debe estar a salvo de toda sospecha”, como en este libro, como en la realidad totalitaria, es imposible la vida y, por tanto, sus mejores cosas: la libertad, la belleza, el ocio, el placer de desarrollarse hacia donde uno estime oportuno. Victor Serge escribió un libro intemporal, magnético, que nadie debería dejar pasar: el pasmo y el disfrute están más que asegurados, así como el enriquecimiento de nuestra visión sobre los problemas de dejar que otros piensen y manden sobre nosotros.
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