Alejo Carpentier: El reino de este mundo

Siempre que hablo de Alejo Carpentier (Lausana, 1904 – París, 1980) con alguien que no ha leído nada de él termino diciendo lo mismo: empieza con El reino de este mundo (Seix Barral, 1988), publicada originalmente en 1949. Dos son las razones fundamentales. La primera, porque en esta obra se muestran grosso modo las características de su prosa y de su imaginación (lo real maravilloso, el gusto por lo barroco, etc.); la segunda, su brevedad, que siempre suele ser atractiva en estos tiempos atascados de quehaceres.

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Del argumento mejor avanzar poco: en la corte real de Henry Cristophe de Haití, la magia, el misticismo y las revueltas se unen de una forma enigmática. El protagonista es Ti Noel, un esclavo, que representa el punto de encuentro de una realidad histórica y una conciencia de raíces tribales, antiquísimas, avivadas y encarnadas en el misterioso Mackandal.

»Además, tan poca cosa era para él el rey de Inglaterra como el de Francia o España, que mandaba en la otra mitad de la isla, y cuyas mujeres -según afirmaba Mackandal- se enrojecían las mejillas con sangre de buey y enterraban fetos infantes en un convento cuyos sótanos estaban llenos de esqueletos rechazados por el cielo verdadero, donde no se querían muertos ignorantes de los dioses verdaderos.»

Seguramente, cualquiera que se anime a leerlo, sentirá la necesidad de conocerlo un poco más. Sus ensayos, dejando de lado su ficción (totalmente recomendable, qué voy a decir yo), son un ejemplo de agudeza intelectual y de respeto por las culturas menospreciadas por el egocentrismo occidental, anterior ya a la modernidad, que bien merecen la pena ser tenidos en cuenta por su riqueza. Lo bueno que tiene Carpentier es que escribió mucho y bien.