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Impresiones literarias

Etiqueta: Los perros negros

Ian McEwan: Chesil Beach

Inglaterra, julio de 1962. Dos jóvenes recién entrados en la veintena están cenando en la habitación de un hotel georgiano, frente al Canal de la Mancha, en su noche de bodas a la que han llegado, esto se pone de manifiesto en la primera línea (quinta palabra) vírgenes. Ella pertenece a una clase social alta, mientras que él, por el contrario, más bien a la zona baja de la clase media. Cenan nerviosos, calados de cierta ansiedad por lo que pueda suceder en el primer encuentro que se dé entre sus trémulos cuerpos. Los nervios de Edward son convencionales, casi una simple formalidad, pero los de Florence son de una naturaleza más problemática: ella siente temor, un auténtico pavor que supone a la vez una manifiesta actitud de repulsa por el acercamiento y el contacto íntimo.

Ian McEwan (Google imágenes)

                          Ian McEwan (Google imágenes)

Esta circunstancia psicológica de la joven Florence, »que lisa y llanamente no quería que la entraran ni la penetraran» porque »todo su ser se rebelaba contra una perspectiva de enredo y carne», provocará un choque con el taciturno Edward, que desconoce por completo esta »mancha en la felicidad» de su esposa, una mancha que viene de muy atrás. Desde este punto toda la historia echa a rodar; un rodar que irá por el presente, avanzando paciente, y que también se deslizará suavemente por el pasado. La narración que Ian McEwan (Aldershot, 1948) nos presenta en Chesil Beach (Anagrama, 2008) probablemente atrape desde el primer momento al lector, sobre todo por su ritmo sosegado, por los temas que aborda: ¿El sexo? ¿El amor? ¿El contexto social en el que se inscriben el sexo y el amor? Sería muy simple dejarlo aquí, entre estos distantes polos.

»Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil. Acababan de sentarse a cenar en una sala diminuta en el primer piso de una posada georgiana. En la habitación contigua, visible a través de la puerta abierta, había una cama de cuatro columnas, bastante estrecha, cuyo cobertor…»

Hay una pieza, entonces, que juega un papel importante en todo el entramado que despliega McEwan, y es la idea, a mi juicio completamente acertada, pero que en el texto aparece de una forma muy velada, de que el amor requiere necesariamente, si desea prosperar y permanecer, de la paciencia. La paciencia y el amor es el enredo necesario, más que el de la carne, para que el querer se impregne de cierta estabilidad, pues el amor, quizá, sea únicamente paciencia y encuentro. Pero una cosa hay que advertir: que nadie espere finales felices, aquí simplemente hay un final (y esto es algo que se agradece). En definitiva, una obra atractiva, coherente y algo perturbadora.

(También he hablado en este blog de Los perros negros, otra novela menos conocida y muy interesante de McEwan.)

Por último, ya sabéis que si queréis más lecturas y recomendaciones podéis seguirme en la siguiente dirección de Twitter: @PRADA_VAZQ

Ian McEwan: Los perros negros

No estoy seguro de si Ian McEwan (Aldershot, 1948) goza de reconocimiento en España, de si se le tiene por un gran escritor. Lo que sí es cierto es que sus obras más importantes, como Solar, Expiación, El inocente, Sábado, Amsterdam, Chesil Beach y muchas otras (todas en Anagrama) están dentro del bagaje intelectual del lector algo inquieto. Aunque no las haya leído, por lo menos algo sí habrá oído decir de ellas. Por eso mismo no voy a comentar ninguna de éstas ahora. Me interesa centrarme en una novela menos conocida: Los perros negros (Anagrama, 1993).

Ian McEwan (Google imágenes)

                 Ian McEwan (Google imágenes)

El libro narra la vida de June y Bernard Tremaine a través de una biografía que hace Jeremy, el marido de su hija, basándose en múltiples conversaciones que ha tenido con ellos a lo largo del tiempo. Los padres de los demás siempre han sido una fijación para él. Sobre todo desde que los suyos murieran cuando él tenía ocho años, como comenta ya en las primeras líneas del libro. La indagación posterior en las circunstancias vitales de los padres de su mujer, tras un prefacio que nos sitúa en los orígenes de Jeremy,  pondrá de relieve las complejas personalidades de cada uno de ellos, sus ideas e ideales políticos, como dos extremos que se atraen y que a la vez se repelen.

June y Bernard, aspirando a cambiar el mundo, identificándose con buenas causas, contrastarán con el vacío emocional que la vida dejó en Jeremy y con la escasa atención que prestaban a Jenny (esposa de Jeremy) y a sus hermanos. Lo que no significa que estos no se encuentren insatisfechos, sabedores de que no han alcanzado sus perseguidos objetivos. Los perros negros no se dejan ver manifiestamente hasta más adelante. Aparecen fugazmente y se desvanecen en la narración pero están en todo el texto: agazapados entre las líneas, adoptando un estado inmaterial, esquivo. Los perros negros son un símbolo del mal que en cierto momento es definido por June así:

»…eran la creación de imaginaciones envilecidas, de espíritus pervertidos que ninguna teoría social podría explicar. El mal del que te estoy hablando vive en nosotros.»

El mal está en todas partes aunque en algunos casos duerma, no se manifieste. Porque el mal se expande (aparece) y se repliega (se esconde de nuevo) sin que podamos predecir cómo o cuándo volverá a dejarse sentir. Si el lector es sensible, que no sentimental, podrá encontrar en este libro cierto desasosiego necesario, fruto en todo caso de la conciencia comprometida con lo humano. Está escrito con sobriedad, buen hacer, y merece sin duda la pena dedicarle unas horas.

Por último, ya sabéis que si queréis más lecturas y recomendaciones podéis seguirme en la siguiente dirección de Twitter: @PRADA_VAZQ