Dejemos hablar al viento

Impresiones literarias

Mes: May, 2015

Milan Kundera: El libro de los amores ridículos

En el fondo, el título de este libro siempre me resultó redundante. Yo me preguntaba (aún lo hago), ¿qué amor no es ridículo en realidad? Parece que enamorarse, esa invención propia de los poetas, es más bien un intento de ponerse en ridículo, de llegar a generar una intimidad compartida, dolorosamente artificial, hecha a base a porciones, trozos (¿despojos?) de los participantes en el amor, y que termina perpetuándose por la rutina, el tedio, el miedo a la soledad y esas cosas que todos conocemos. Pero eso ya no es estar enamorado, es ser algo así como práctico. El amor puede ser muy bonito, sí, pero ridículo puede llegar a serlo mucho más. Y si no, leamos a Milan Kundera (Brno, 1929) que algo tiene que decir.

Milan Kundera (Google imágenes)

              Milan Kundera (Google imágenes)

Este libro fue el segundo que leí de él tras La insoportable levedad del ser, que tenían mis padres por casa y que a alguien se lo dejé en su día y ya no he vuelto a ver. Bueno, la adolescencia es para equivocarse. En este libro hay siete relatos que nos hablan del amor en su versión más prosaica, es decir, la que mal que bien es propia de la vida y no de las ensoñaciones literarias o fílmicas. El amor sucede en unas circunstancias que no son otras que las de la existencia abúlica del mundo contemporáneo, con los problemas de trabajo, de comunicación, de autoconocimiento. Además está la frontera de la edad, del paso a la madurez definitiva, si es que aceptamos esa categoría. Los personajes se mueven en la huida constante por resignarse a lo inevitable: la frustración de la existencia que nunca es completa. Son personas normales intentando amar de alguna forma que en el fondo siempre será ridícula.

»Deja atrás un amor grande como la muerte. Se le ensanchó el pecho y fue el ensanchamiento más grande y hermoso que jamás hubiera experimentado. Porque lo que tan felizmente se lo ensanchaba era la muerte; una muerte que le había sido regalada, una hermosa y fortalecedora muerte.»

El amor aparece como una sombra que va y viene inconsistente, aunque densa a veces, pero siempre terminando por disiparse en alguna situación, en algún gesto, en algún momento. Es el amor tan frágil como ridículo. No es el mejor libro de Kundera, pero si una lectura amena; que resultará insípida si el humor no acompaña y de provecho si apetece darle vueltas a lo ridículo del amor. Que es el ridículo de la vida misma.

Nick Hornby: Alta fidelidad

Reconozco que no había leído nada de Nick Hornby (Maidenhead, Inglaterra, 1957) hasta que un amigo me recomendó la lectura de Alta fidelidad (1995: Anagrama, 2007). Aunque ya me sonaba su nombre, el del autor, nunca había intentado hacerme con algo suyo para ver qué tal era. Esto me pasa, creo, porque se me van acumulando títulos de escritores más o menos »importantes», a lo que se debe unir cierta dosis de vagancia por mi parte por »estar al día». Porque esto de »estar al día» sólo está bien si te ganas la vida escribiendo sobre últimas tendencias literarias: si no es así lo mismo da estarlo que no. A no ser que sigas a algún escritor concreto y blah blah blah. Ya me estoy yendo. De Alta fidelidad iba a escribir.

Nick Hornby (Foto: Google imágenes)

                         Nick Hornby (Foto: Google imágenes)

Ya había visto la película, que la hay, con John Cusack como protagonista. Pero hacía tanto tiempo de ello que prácticamente no me acordaba de nada. Lo que agradecí bastante. La historia es muy simple, está narrada de forma muy accesible y es fantástica para pasar un rato agradable. Podría añadir también que si eres hombre y te gusta la música puede que te haga gracia, que te veas representado, casi caricaturizado. Pero en plan bien. Resulta que Rob tiene una tienda de discos, vinilos, donde vende la música que a él le gusta. En ella tiene a un par de amigos, uno haciendo cosas, el otro más bien comentando. Rob nos habla de sus novias, de sus rupturas con ellas. La narración nos sumerge en la última de ellas, una tal Laura, que se ha ido de casa porque su novio es algo así como un eterno adolescente embebido en trivialidades, en negarse a las responsabilidades que precisa la madurez. Entonces aparece una cantautora americana, Marie, con la que empieza una relación interesante hasta que su exnovia Laura entra de nuevo en escena. Vaya tela. Como la vida misma.

»Laura se va el lunes a primerísima hora, con un bolso de lona y una bolsa de plástico. Te inspira una total sobriedad, todo hay que decirlo, ver qué poca cosa se lleva esta mujer que adora sus cosas, sus teteras, sus libros, sus grabados, la pequeña escultura que se trajo de un viaje a la India; miro el bolso y pienso: joder, cuántas ganas tiene de dejar de vivir conmigo.»

Así las cosas, es imposible no reconocerse en las peculiaridades y circunstancias que rodean al protagonista, si es que te interesa la música (basta un poco), te han dejado alguna vez (¡ay!) y te parece imposible llegar a ser algún día algo así como un papá. En fin, un libro divertido y directo con el que desconectar entre risas del mundanal ruido.

Philip Levine: She’s not gone

She’s Not Gone

Someone enters your life
on a day you no longer
remember. The years pass,
and she becomes the mother
you never had, the older
sister smoking before breakfast,
the first friend. She lies back
on the worn sofa in the heat
of summer and shares a season
of baseball. When you are
twelve she explains the world,
how the people were sold
down the river, how someone
will always work and waste
away to these essential bones,
muscles, and tendons. She explains
your brother, who at sixteen
needs two clean shirts a day
and will grow to command, she
explains you, who will never,
and she blesses you with a hand
mussing your hair. One day
she is gone, over forty and she
has fallen in love again,
and love has taken her off
to a man with one leg
and no prospects. A postcard
from California and then
a silence that lasts.
The ironing board waits
in the corner, the worn black
shoes are kicked back into
the closet, her yellowing slip
sags on the back of her chair
until your mother, cursing,
tears it into rags and garbage.
You will look and find her
in the long jaws of other
women, in the hard eyes
that can gleam without hope,
you will find her again
and again because with
two open hands, with a voice
that said anything, with
a new smile for each
new loss, she showed you
a world she could die for.

Este poema de Philip Levine (Detroit, 1928 – Fresno, California, 2015) apareció en el número 77 de The Paris Review en 1980. Suelo leerlo de vez en cuando, como sin querer, y cada vez que lo hago aparecen nuevos matices, como si se renovara su tristeza interior una y otra y otra vez.

Jesús Fernández Santos: Los bravos

Uno de los novelistas españoles que menos reconocimiento tiene hoy a pesar de sus grandes dotes como escritor, incluso como cineasta, es Jesús Fernández Santos (Madrid, 1926 – Cerulleda, provincia de León, 1988). En vida sí gozó de atenciones, y obtuvo importantes premios: por Cabeza rapada (1958) y El hombre se los santos (1969) dos Premios de la Crítica; el Premio Nadal por El libro de la memoria de las cosas (1970); el Fastenrath de la Real Academia de la Lengua Española por La que no tiene nombre (1978) o el Nacional de Literatura por Extramuros (1980).

Foto: Google imágenes

            Foto: Google imágenes

Los bravos (1954) fue su primera novela y no obtuvo reconocimientos oficiales, pero sí de la crítica y de los lectores; puesta en perspectiva puede que sea una de las mejores que escribió. Esto lo afirmo por lo siguiente. El ambiente rural de posguerra en el que se desarrolla, cargado de dureza y complicaciones, circulado por unos personajes humanos pero descarnados también, está perfectamente imbricado con el estilo objetivista y sobrio de la prosa, que es directa y muy eficaz. Pero además porque Fernández Santos no se contenta con esto y barniza la narración con tonos líricos, haciendo un áspero retrato del mundo, del pueblo, que nos presenta.

»El pueblo estaba vacío. Las casas, el río, los puentes y la carretera parecían desiertos de siempre, como si su único fin consistiera en existir por sí mismos, sin servir de morada o tránsito. El vacío se tornaba visible y oloroso en torno a las ruinas ennegrecidas de la iglesia, al margen mismo del pueblo, hueca, al aire sus afiladas ventanas, hundida por el odio y la metralla que la guerra volcó sobre ella, olvidada al fin. El reloj aparecía inmóvil, falto de sus saetas, en una hora inverosímil, cara a las otras casas, rechonchas y amarillas, como hongos surgidos tras la lluvia, vueltas a edificar con prisa y sacrificios, tras el incendio que las devastara un día.»

Jesús Fernández Santos, estoy convencido de ello, es un escritor al que habrían de reeditar y así poner de nuevo en circulación su obra, porque sería una lástima perder el conjunto de su producción, que no es perfecta, pero sí propia. Hay que leer a Fernández Santos.