Nathaniel Hawthorne: La letra escarlata

por Alejandro Prada Vázquez

Crecí con la absurda creencia de que La letra escarlata, publicada originalmente en 1850, era algo así como un novelón decimonónico para mujeres decimonónicas. Un ligero drama de época para otra época. Y claro, estaba bastante equivocado. Es lo bueno que tiene ir creciendo como lector y persona, que uno se va dando cuenta de que arrastra ciertos y ligeros prejuicios sin otro motivo que las asunciones que uno acepta cuando es más joven por no querer enfrentarse directamente a las cosas. Y las cosas se aceptan hasta que se las cuestiona, claro. Así, desterrar prejuicios, afinar la sensibilidad estética, adentrarse sin remilgos en lo conocido de oídas (como si se pudiese conocer algo de verdad de esa forma) y remodelar el moblaje intelectual sin miedo, son algunas de las inevitables acciones que uno tiene que realizar para, como digo, desarrollarse lo más ampliamente posible y así disfrutar más de todo lo que le rodea. Es interesante, además, indagar también en las raíces de estas ideas prefabricas para ver si se deben a una construcción personal o a una asimilación, digamos, de inercia exógena (perdón por la expresión).

En mi caso, esta velada percepción que tenía del libro de Hawthorne se debía esencialmente, tal y como he descubierto tanteando en mi mente en busca del origen de este prejuicio, a la película de 1995 de Roland Joffé en la que actuaban Demi Moore, haciendo el papel de Hester Prynne, y Gary Oldman, en el de Dimmesdale. Recuerdo haberla visto en mi temprana adolescencia y, como cabe suponer por lo escrito hasta ahora, el recuerdo que me dejó fue más bien de algo meloso y afectado, de drama intenso de sobremesa; esto, por otro lado, significa que haría bien en volver a ver el filme una vez más para contrastar estas afirmaciones que estoy haciendo, pues quizá ahora no lo perciba igual. Resumiendo el problema en una cuestión, diría: ¿una historia que trata sobre el adulterio y su castigo en la Nueva Inglaterra del siglo XVII podía entonces alentar en mí algún vínculo con ella? No lo creo, y la verdad es que puedo entender que entonces me quedase algo lejos. Lo bueno es que ahora me queda algo cerca y ha sido un gran y profundo descubrimiento.

Sin duda, la novela de Hawthorne tiene un marcado aire de clásico, en el sentido de que todo el mundo ha escuchado el título de esta historia pero no muchos parecen haberla leído. Al menos eso he comprobado en mi círculo más cercano. Además, abundando en este sentido, Hester Prynne es también una (anti)heroína citada aquí y allá como paradigma de la mujer sufriente, consciente de sus principios y defensora a ultranza de los mismos, que se enfrenta a los prejuicios de la sociedad desde su autonomía. ¿Dónde está, sin embargo, el núcleo vibrante de la grandeza de este personaje y de su historia? No puedo hacer otra cosa salvo remitirla a la magnífica prosa de Hawthorne, que es profunda, cargada de matices y de imágenes sugestivas, oscura y luminosa a un tiempo. No es solo el tema que trata, el asunto (que hoy se ha convertido, por lo que parece, en lo único importante y que hace una obra digna de publicarse y abordarse), sino el arte de hilvanar y trabar un vigoroso mosaico de palabras.

Nuestra heroína (ya toca dar unas pinceladas sobre la trama) se enfrenta desde el principio de la novela al juicio y desprecio de su entorno, en la puritana y restrictiva Nueva Inglaterra, por haberse quedado embarazada fuera del matrimonio de un hombre cuya paternidad es desconocida por todos, salvo, obviamente, la propia Hester. Su culpabilidad se ve acentuada por el castigo, que no por simbólico es menos hiriente y pesado, de llevar una letra escarlata, la letra A de adultera, porque, unido a esto, está la sombra del marido de la propia Hester, que está desaparecido y se desconoce su paradero. La mujer da finalmente a luz y trae al mundo a una niña, llamada Pearl. La letra escarlata que va bordada sobre su pecho tiene la propiedad de funcionar como un hechizo, como una maldición, y esto la obliga a abandonar la esfera de las relaciones sociales para encerrarla en una burbuja de aislamiento, primero ocupada solo por ella, después por la criatura a la que trae al mundo. Los ojos de todos los habitantes de su entorno se posan sobre ella, rechazándola, relegándola a la sociedad: Thus will be a living sermon against sin, until the ignominious letter be engraved upon her tombstone (así será un sermón viviente contra el pecado, hasta que la ignominiosa letra se grabe sobre su tumba), dice un personaje.

La irrupción de Pearl desde el capítulo sexto añade una dimensión más humana si cabe a la historia, pues la hija de Hester hereda de alguna forma el oprobio que le entrega la sociedad a su madre, algo de lo que la criatura parece ser consciente, incluso cuando aún no es capaz de hablar o comprender su situación existencial cabalmente, pues, como nos dice Hawthorne, la letra escarlata es el primer objeto que llama profundamente la atención de la hija ilegítima: aisladas de la sociedad, ambas reconocen las circunstancias adversas del mundo que las ciñe opresivamente y en el que han de sobrevivir, llegando incluso a muestras ostensible de rechazo a Dios, por sentirse desamparadas, desahuciadas. Más adelante veremos como la trama se va complicando gracias a la llegada de un marido dispuesto a todo para conocer el nombre del hombre que le dio una hija a su mujer.

La soledad, el desprecio social, el adulterio, el erotismo, el deseo, todo conjugado con una prosa profundamente literaria y sutil, hacen de esta novela una joya oscura que no debería obviar ningún lector: no solo porque es una lectura que aviva y sostiene el interés, sino porque, además, permite reflexionar sobre muchos aspectos de la existencia individual y social del ser humano.   

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